Hasta hace relativamente poco, los pesimistas solían tener buena fama en cuanto a las cualidades que le permitían obtener el éxito en la vida. Al fin y al cabo, señalaba la creencia popular, los que solían ver el vaso medio vacío estaban mejor preparados para afrontar una situación crítica que los que lo veían medio lleno, en cuanto que su pesimismo los ayudaba a anticiparse a cualquier posible desastre.
Es más, en muchos casos, ni siquiera se hablaba de ellos como de “pesimistas”, sino que preferían llamarse a sí mismos “realistas”. Ha sido tan sólo en tiempos más recientes cuando el optimismo se ha convertido en un valor en alza. En particular después de la publicación de libros como El secreto, de Rhonda Byrne, que exponía el secreto hipotéticamente milenario que se escondía detrás de las personalidades ganadoras, y que consistía, básicamente, en anticipar mediante nuestro pensamiento el éxito vital y empresarial.
El vaso está medio vacío (pero el agua sabe bien)
Una figura, la del optimista realista, que reúne las principales ventajas de unos y otros (optimistas y pesimistas) y apenas se ve perjudicado por ninguno de sus defectos. Su optimismo les permite afrontar los retos con buena cara, pensando que van a ser capaces de salir adelante aunque el reto sea duro, y su realismo les permite ser precavidos ante esos posibles problemas que puedan surgir en su camino. En resumidas cuentas, el optimismo es una importante herramienta de motivación y el realismo, de prevención.
Mientras los realistas solían preferir la verdad antes que una versión de los hechos que los dejase en buen lugar, entre los segundos prevalecía la “auto-mejora”, término que la investigación empleaba para referirse a esa idealización exageradamente positiva de uno mismo. Como cabía esperar, los optimistas realistas sacaban mejores notas que los optimistas idealistas, principalmente, porque “no se engañaban a sí mismos pensando que podrían aprobar sin estudiar o trabajar”.
Las claves de la persona triunfadora
¿Qué definía, además, a los optimistas realistas? Más allá de lo que su propio nombre indica, los optimistas tienen una mayor capacidad de autocontrol y de manejo de sus relaciones personales, dos características generalmente asociadas con el éxito en la vida. “Cada vez que afrontan una dificultad, un reto o un problema, no dicen ‘no tengo elección y esto es lo único que puedo hacer’, sino que son creativos y dicen ‘tengo un plan A, un plan B y un plan C”, afirmó la investigadora.
Al contrario de lo que habían señalado estudios previos, los optimistas realistas no tenían ninguna de las características negativas asociadas con el pesimismo, sino que mantenían unos niveles de felicidad similares a los optimistas. Todo son ventajas, menos un último aspecto: su nivel de ansiedad es superior al de los optimistas idealistas, porque “reconocen la posibilidad del error”, algo que no ocurre con estos, que suelen inventar justificaciones y explicaciones que los protejan frente a la posibilidad de la debacle y que refuercen su autoconfianza.
Los efectos negativos del pensamiento positivo (y viceversa)
No es la primera vez que se indican los problemas que pueden surgir cuando el optimismo no es contrarrestado con otro punto de vista más negativo. Algunos libros, como es el caso de Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo (Turner) de Barbara Ehrenreich ya habían señalado las posibles consecuencias negativas de la preponderancia de la positividad, y algunos estudios científicos habían indicado que este tipo de visión del mundo suele llevarnos a dar más relevancia a aquella información que nos sea favorable y a relativizar la importancia de la que perjudica nuestra visión ideal. Una situación que conduce a darnos de bruces, cuesta abajo y sin frenos, con obstáculos que no habíamos visto venir.
Los optimistas también tenían menos posibilidades de sufrir diabetes, problemas de tensión, colesterol alto, síntomas de depresión, fumar, ser sedentarios o tener sobrepreso. No obstante, uno de los problemas que planteaba el estudio es si somos pesimistas porque la vida nos va mal o nos va mal porque somos pesimistas. En definitiva, es difícil separar el momento en el que nos empieza a ir mal del que empezamos a pensar que nos va a ir mal y, por lo tanto, ocurre.
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