lunes, 9 de abril de 2012

Mejora tu caracter madurez y personalidad

Madurez, carácter y personalidad Conocerse a sí mismo: ¿león o gato? Bibliografía para preparar este apartado de la clase: David Isaac: Las Virtudes humanas Javier de las Heras: Conócete mejor Una vieja aspiración humana Conocerse es una vieja aspiración humana. No es fácil conocerse a sí mismo del todo, por varias razones: con frecuencia nos falta autoexamen y perspectiva además, vamos cambiando con el tiempo y vamos descubriendo nuevas facetas ignoradas de nuestra forma de ser. Sin embargo, debemos procurar conocernos cada vez mejor para ganar en virtudes y aprendera a querer lo que merece ser querido. Una buena educación supone, entre otras cosas, haber aprendido a disfrutar haciendo el bien y a sentir disgusto haciendo el mal: es decir a querer lo que merece ser querido (MacIntyre, 1992) ¿Qué significa conocerse uno mismo? Significa conocer los rasgos principales de nuestro carácter y temperamento. Significa esforzarse por conocer nuestras aptitudes y limitaciones, nuestras virtudes y defectos, nuestros puntos débiles y nuestros puntos fuertes, sin supravaloraciones ni infravaloraciones, pidiendo perdón a Dios y a los demás, y perdonándonos a nosotros mismos, sin escandalizarnos, cuando cometemos fallos y errores: "En otras ocasiones, el rechazo que (los adolescentes) experimentan por ellos mismos es tan intenso, que puede hablarse de una profunda crisis vital. Eso sucede cuando el adolescente se escandaliza de sí mismo a causa de lo que ha hecho. La espontaneidad de su vida se transforma, entonces, en un drama que asfixia y roza casi lo trágico. El adolescente no entiende cómo puede haber hecho aquello o cómo le ha podido pasar a él -sí, a él, precisamente- lo que le ha sucedido. La imagen que tenía de sí se ha hecho añicos y no entiende, ni sabe, ni quiere, ni puede recomponerla. En consecuencia no es capaz de perdonarse a sí mismo. Sin perdón no es posible la aceptación de sí, y sin esta no hay nada que estimar. Pero esto, afortunadamente, sólo sucede en algunos o muy pocos adolescentes. (Familia y autoestima) Significa ser conscientes de los hábitos poseemos, saber cuáles nos faltan por adquirir; y reflexionar sobre los medios que debemos poner para conseguir los hábitos que nos faltan. Significa comprender e interpretar bien nuestros sentimientos y los de los demás en cada momento Buscando siempre el necesario equilibrio Conocerse ayuda a encontrar el necesario equilibrio entre la razón y la afectividad, cultivando la libertad y la responsabilidad El propio conocimiento ayuda a mantener el equilibrio entre el cerebro y el corazón, entre la razón y la afectividad. Cuando pesa exageradamente lo afectivo, el corazón y la persona se deja gobernar sólo por sus sentimientos, está más pendiente de recibir afectos que de darlos y puede llegar a tener reacciones desproporcionadas y sufrimientos innecesarios. Para que esto no suceda es conveniente: Luchar por ser lo más objetivos posibles, con nosotros mismos y con los demás; quitando apasionamientos que deforman la realidad. Intentar no dramatizar, cultivando el sentido del humor y el distanciamiento prudente. Conviene saber que algunos sentimientos tienden a distorsionar los sucesos dramatizándolos innecesariamente. Es conveniente, por eso, pedir la opinión de los demás, para obtener puntos de vista menos subjetivos que los nuestros. Cuando pesa exageradamente lo racional, el cerebro, la persona vuelve fría y calculadora, sin darse cuenta de las repercusiones de sus hechos en la vida de los demás. Conviene... Cultivar la libertad y la responsabilidad, sin esperar a que otros, o las circunstancias decidan por nosotros. Educar la imaginación y vivir en el presente, cultivando la imaginación positiva que sirve para ayudar a los demás, para cultivar el arte, para divertir a los otros, y controlando la imaginación negativa, que lleva a agrandar los problemas, e imaginar males posibles y temores. Vivir en el presente, sin darle vueltas alpasado ni al futuro. Dejar el pasado abandonado a la misericordia de Dios y confiar el futuro en las manos de Dios. Valorar lo que se tiene, sin estar pendiente de lo que falta, sabiendo disfrutar de las pequeñas cosas. Educar los impulsos y los estados de ánimo. Moderar el impulso de la impaciencia (querer las cosas ya). Ejercitar la paciencia en el trato con los demás, en el trabajo, en las cosas que no salen como imaginamos. La paciencia lleva a comenzar y recomenzar un día y otro, fortaleciendo el entusiasmo, y espera al momento oportuno, del mismo modo que la impaciencia es inoportuna. Educar el impulso de la irritabilidad y los estados de ánimo (no ceder ante ideas negativas ante uno mismo o los demás; no caer en pensamientos de temor, de tristeza). Aprender a sobreponerse a los altibajos de ánimo, identificando las ideas pesimistas y rechazándolas. No agrandar los contratiempos de la vida: perdonando, y olvidando los fracasos, las desgracias, las ofensas, los comentarios negativos, etc. Cultivar el deseo de aprender algo nuevo cada día. Cómo procura actuar una persona madura Una persona madura es la que tiene un conocimiento propio aceptable. Por eso, el primer paso hacia la madurez consiste en procurar conocerse. Partiendo de ese conocimiento propio, la persona madura se esfuerza por distinguir entre: El mundo de sus deseos: me gustaría hablar en inglés correctamente, como un lord del Parlamento británico. El mundo de su realidad: me acaban de suspender de nuevo la asignatura de inglés. La persona madura tiene ilusiones, pero no las confunde consu realidad ni con la realidad. Si hablara bien inglés podría ir a Inglaterra y trabajar en el Foreing Office (ilusión). Sólo sé cincuenta palabras en inglés (mi realidad). La persona madura pone los medios para conseguir los fines, contando con las variables de la vida: Un medio es la ilusión "Quiero aprender inglés para ir Inglaterra". Otro medio son las dos horas diarias de estudio de inglés y la superación diaria del pequeño desencanto por ir tan lento en el aprendizaje de la lengua. Otro medio es la corrección de falsas expectativas: "Debo dejar de pensar que para hablar inglés basta con saber cincuenta palabras". Las variables de la vida son muy numerosas. "Me he caído de la moto, estoy en el hospital y no puedo ir a clases de inglés". La persona madura aprende a vivir en la realidad, sin dejarse llevar por los desencantos, ni por las aspiraciones desorbitadas. Desencantos. Como me han suspendido en este examen de inglés, ya nunca hablaré inglés. Por tanto, no me compensa estudiar inglés. Aspiraciones desorbitadas. Este año voy a aprender inglés, alemán, portugués y rumeno. La persona madura se esfuerza por situar equilibradamente sus aspiraciones en el marco de su propia vida. Si no se equilibran las aspiraciones se pueden tener frustraciones innecesarias: estoy muy triste porque no he conseguido aprender en un año inglés, alemán, portugués y rumeno, como me había propuesto. Hay aspiraciones buenas, que vividas con desorden se vuelven malas: Es bueno aspirar a hablar en inglés; pero es malo aspirar a hablar en inglés a toda costa (a costa del estudio de otras asignaturas, de la salud, etc). Cultivar la sencillez interior y exterior La sencillez interior no es simplismo, sino ausencia de complicación, de esa complicación interior que suele proceder de darle vueltas a los problemas. Para cultivarla hay que esforzarse por quitar tensiones “no llevarse los problemas a casa”: dejar cada problema en su sitio. saber que pensamientos nos convienen y cuáles no. La sencillez exterior nace de la coherencia entre nuestra forma de pensar y de actuar Desechar la tentación, si se presenta, de “cultivar una imagen artificial” de nosotros mismos, de aparentar lo que no somos, buscando la aceptación y el agrado de los demás. Mostrarnos tal como somos, con naturalidad, sinceramente, con nuestras virtudes y defectos. Cultivar la seguridad en uno mismo, que nace de la confianza en Dios. No hacer –por caridad y prudencia— juicios precipitados y aventurados sobre personas y situaciones. Aprender a decir la verdad sin herir. No debemos decir lo contrario de lo que pensamos por temor a molestar, pero debemos aprender a decir lo que pensamos. Cultivar la moderación, evitando las reacciones desproporcionadas o extremistas y los juicios precipitados. Sencillez interior, sin caer en el egoísmo de pensar qué opinarán de mí los que me rodea. Procurar no“adivinar” intenciones en los demás: ser comprensivo, con una actitud de escucha y comprensión hacia los otros. Quitar la tentación de retraerse o inhibirse, por miedo a molestar a los demás o atraer sus críticas; en todo, en el trato social, en la acción evangelizadora, etc. Aceptar la realidad Aprender a aceptar la realidad, los propios defectos, los errores del pasado y a las personas que nos rodean. Las cosas son como son y no como desearíamos que sean. Tenemos que partir de un visión objetiva de lo que nos rodea para intentar cambiar lo que no se adapta al plan de Dios. Aceptar los propios defectos, fallos y limitaciones: intentar mejorar, pero sin desasosiegos ni inseguridades. Esto no significa resignarse con tristeza ante los propios fallos, ni significa asumir que nuestros defectos son insuperables, sino intentar mejorar con sentido positivo, optimista, esperanzado. Lleva a evitar las continuas reflexiones existenciales, y a aceptar con humildad y esperanza los errores que hayamos cometido en el pasado, luchando contra cualquier sentimiento de rencor o venganza, contra los recuerdos de sucesos amargos y tristes, y las actitudes nostálgicas y melancólicas. Aceptar a los demás con sus virtudes y defectos. Esforzarse por comprenderlos tal como son, con caridad; sin que eso lleve a idealizarlos por falta de conocimiento. Eso no significa aprobar todo lo que hagan; pero llena a no recordarle a los que nos rodean sus defectos, fallos y limitaciones: vivir la corrección fraterna y la caridad de Jesucristo en las relaciones humanas. No darle a los defectos de los otros más importancia de la que tienen. Ser tolerantes con los fallos de los otros, ayudándoles a superarlos. Evitar las comparaciones y que el ambiente nos influya excesivamente Son malas comparaciones las que nos llevan a compararnos con los demás, con estas consecuencias: Envidias, “agravios comparativos”. Rencor hacia esas personas, la sociedad, etc. Suspicacias excesivas que ven en todo segundas intenciones. No hay que confundir las malas comparaciones con el deseo de emular a los demás en sus acciones nobles. Saber que nuestra conducta siempre tendrá, en nuestro entorno, valoraciones diversas: hay que valorar sobre todo las opiniones de las personas que poseen un mayor criterio humano y cristiano. Evitar que lo que nos rodea nos influya excesivamente. Saber distinguir entre lo que es un trato amable, y lo que es un excesivo afán de agradar a todos, con un temor a “caer mal” que está en la base de tantas timideces y respetos humanos. Aprender a tomar decisiones Aprender a reflexionar, ver los pros y los contras. Saber esperar a tomar la decisión en el tiempo oportuno. Saber cambiar de opinión, cuando cambian las circunstancias: no ser “ríos que no saben dar marcha atrás”. Asumir el riesgo de la vida La vida está llena de riesgos: hay que aprender a asumir el riesgo de la vida, la aventura de la vida cristiana, sin miedo excesivo a equivocarse, a fracasar. Eso no significa exponerse a riesgos innecesarios, por falta de responsabilidad o previsión, sino encarar la vida como un aprendizaje, con ánimo deportivo. Asumir ese riesgo lleva a no esperar a tener un grado de certeza absoluto para confirmar que hemos hecho la elección adecuada. Una vez decidido, no vale la pena replantearse constantemente la decisión. Lleva a aprender a equivocarse con sentido deportivo. La vida cotidiana está de pequeños fracasos, equivocaciones y cosas que no suceden como deseamos: hay que aprender a aceptarlas con sentido deportivo, sin caer en el derrotismo y el desencanto. Aprender a improvisar. Para cultivar el sentido del humor y el optimismo: no tomarse a uno mismo demasiado en serio. Procurar empezar a trabajar con esperanza, con confianza en Dios y en lo humano, con lo que se suele llamar “moral de victoria”, sin sentirse derrotado de antemano. Buscar siempre el lado bueno de las personas y de los acontecimientos: las botellas medio llenas. Esforzarse por tener una visión de conjunto de lo que sucede y nos sucede, con las facetas positivas y negativas, sin dramatismos. La madurez Poco a poco se va alcanzando la madurez con: La aceptación humilde de las limitaciones. La aceptación de los propios defectos, contra los que se tendrá que luchar siempre, con espíritu deportivo, comenzando una y otra vez, con la gracia de Dios. La aceptación de que no se tienen las capacidades que se necesitan para realizar unos determinados proyectos e ilusiones, descubriendo, por el contrario, capacidades que se desconocían. Todo esto tiene especial relevancia para la vida cristiana: Para ser santo, es necesario querer ser santo, porque como afirma Philippe, “a fin de cuentas, Dios nos da lo que nosotros deseamos, ni más ni menos. Pero para ser santos tenemos que aceptarnos como somos”. Este deseo de cambiar y de mejorar, debe ir unido a la aceptación humilde y gozosa de uno mismo, con todas las imperfecciones: no son dos actitudes incompatibles. ¿Cómo se armonizan estas dos actitudes entre sí? “El secreto es muy sencillo –responde Philippe: se trata de comprender que no se puede transformar de un modo fecundo lo real si no se comienza por aceptarlo; y se trata también de tener la humildad de reconocer que no podemos cambiar por nuestras propias fuerzas, sino que todo progreso, toda victoria sobre nosotros mismos, es un don de la gracia divina. Esta gracia para cambiar no la obtendré si no la deseo, pero para recibir la gracia que me ha de transformar es preciso que me acoja y me acepte tal como soy.” (La libertad interior) La madurez lleva a desarrollar nuestra personalidad conforme a nuestras capacidades reales. Por eso, conviene analizar cuales son los criterios de autoevaluación que usamos con nosotros mismos porque están equivocados.

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