martes, 27 de diciembre de 2011

El Psicologo y Psiquiatra de la Gente Sana

Una de las preguntas más comunes a todo especialista de salud mental tiene que ver con la confusión resultante entre estas dos formas de atención sanitaria. Es muy común que alguien se sienta mal y no sepa si debe acudir a un psicólogo o a un psiquiatra.

Los tópicos resultantes del distinto nacimiento y evolución de estas dos disciplinas originan hoy más que nunca errores en la atribución de casos a unos u otros especialistas, así como gastos a usuarios y a pagadores que ni siquiera los servicios sanitarios públicos han conseguido optimizar con éxito.

El primer aspecto clave a tener en cuenta es que el cerebro (léase también mente) y el cuerpo no son dos entidades distintas, sino una única estructura anatómica y funcional. No es posible proceder al diagnóstico y tratamiento de los trastornos de aparente expresión mental sin el conocimiento del estado general del organismo.

Si en sujetos jóvenes un cuadro de alucinaciones y delirios puede ser tanto expresión de un tumor cerebral como de una esquizofrenia, en mayores de cuarenta años una apatía y la falta de placer que pueden identificarse como una depresión leve pueden ser síntoma inicial de un cáncer de colon o de páncreas.

Enfermedad física o mental

La lista de enfermedades endocrinológicas, neurológicas, cardiológicas, reumatológicas y cánceres que pueden expresarse por síntomas de ansiedad o depresión es apabullante. Este hecho ha determinado tradicionalmente que toda valoración inicial de una persona con quejas mentales fuese realizada por un psiquiatra, esto es, por un médico que por su cualificación previa a la especialización en psiquiatría es capaz de diagnosticar o al menos sospechar una posible causa no mental de la sintomatología.

La consulta del psicólogo se ha convertido en un confesionario moderno
Sin embargo, prejuicios muy ampliamente difundidos amenazan con contagiar también la atención mental de “corrección política” y convertir este campo de la salud en un lugar que abandone la buena práctica en favor de la cosmética.

Es un hecho que el sujeto común, de poder elegir, solicita atención psicológica y no psiquiátrica argumentando diversas razones: puede ser que la palabra psicólogo le parezca más afín a su escaso o nulo grado de “desequilibrio”. La paradoja reside en que quien sufre un proceso mental no suele ser preciso en el autobaremo de su problema. El sujeto asume que la cualificación del psiquiatra es mayor, comporta más años de experiencia clínica y atiende a las personas que los psicólogos desechan en su práctica, esto es, las más graves. La lógica es clara: “yo no estoy tan mal y la prueba es que me trata un psicólogo”.

Otra posible razón tiene que ver con las percepciones dentro de la consulta. La atención psicológica ha sido históricamente una práctica privada, permitiendo al psicólogo librarse del proceso de funcionarización que el médico psiquiatra ha sufrido. Así, en números redondos, por cada cinco psiquiatras en un servicio público hay un psicólogo. En la atención privada la proporción se invierte hasta ser de 10 psicólogos por cada psiquiatra. Esta es una relación consistente también con los honorarios de uno y otro: el especialista en práctica privada obtiene una media de 10 veces más por paciente que el especialista público.

Se potencian las actitudes exhibicionistas

Los psicólogos dejan más lugar a que la consulta se convierta en un confesionario moderno, susceptible de ser inundado por las historias personales, biografías y los detalles íntimos de quienes dejaron de llamar “pacientes” para denominar “usuarios” o “clientes”. Bajo la pretensión de una actitud no juzgadora, no pocas veces se validan las reacciones infantiles que culpan a la sociedad y a los otros de todo conflicto propio y se va potenciando la actitud exhibicionista de quien se recrea en su propio sufrimiento sin cambiar un ápice del mismo.

Psicologizando y psiquiatrizando todo problema humano se nutre una demanda ficticia
Aquí empieza el “mea culpa” de la psiquiatría, que tiene que ver con el otro extremo de la balanza. La limitación del tiempo por cada paciente atendido, su mayor tendencia a desdramatizar las reacciones normales de la vida y su inclinación a considerar a las personas responsables de sus conductas, sentimientos y emociones, lo convierten en un personaje menos “amable”.

Por si fuese poco, el psiquiatra no ha desarrollado una voz propia y pública que le permita negar los cargos de uso indiscriminado de fármacos, sujeciones mecánicas y electroshocks realizados “a granel”. Aún con la variación individual que todo colectivo comporta, si las cosas se tuercen es el único que “permanece cuando todos vacilan alrededor” que escribiera Kipling.

Paso a paso, la tendencia de los servicios públicos a doblegarse a los deseos del consumidor/votante está viciando la práctica médica, dando preferencia a los aspectos formales, estéticos y arquitecturales sobre la prevención y preservación de la salud de los individuos. Ni que decir tiene que la iniciativa privada se basa en satisfacer y promover la demanda del consumidor que puede permitirse pagarla.

Se nutre así, psicologizando y psiquiatrizando todo problema humano una demanda ficticia: sujetos sin enfermedad mental que acaparan recursos más que limitados. El dilema inicial se simplifica asumiendo que muchos malestares no son susceptibles de ser abordados ni por psicólogos ni psiquiatras. De persistir la duda, no parece tan sectario resumir lo único claro, esto es, que el diagnóstico debe descartar causas físicas graves y tratables de los síntomas mentales. Pues el pensamiento de Nietzsche es reversible y si bien“lo que no mata hace más fuerte”, no es menos cierto que “lo que mata no deja lugar a fortalecerse”.

*Javier Sánchez es psiquiatra y sexólogo. Salud y Bienestar Sangrial

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