martes, 27 de diciembre de 2011

La Venganza suele pagarse

"¿Que ya no significo nada para ti?, ¿que preferirías que estuviese muerta? ¿Te parece normal decir eso?". Dichas acusaciones pudieron leerse durante varias semanas en el perfil que S. mantiene en una popular red social, escritas por su novia M, a la vista de todos sus amigos comunes. "Y te lo pongo para que todo el mundo sepa cómo eres". Dado que S. estuvo de viaje durante bastante tiempo, no fue hasta después de la ruptura de la relación cuando se dio cuenta de que su antigua pareja había utilizado dicha red para saldar cuentas pasadas. Para cuando borró dicho comentario, el daño estaba ya hecho, y se había convertido en el tema preferido de conversación entre su círculo de amigos. M. asegura que es la mejor forma de conseguir que S. sea consciente de todo lo que le ha hecho, y este considera que jamás podrá perdonar algo así.

La red está plagada de historias semejantes, dado que ha proporcionado una nueva herramienta a todos aquellos amantes que, ultrajados, deciden tomarse la justicia por su mano. La proliferación de casos semejantes parece dar la razón a lo que exponen Susan D. Boon, Vicki L. Deveau y Alishia M. Alivia, investigadoras de la Universidad de Calgary, en un artículo publicado recientemente: "los estudios sobre las relaciones han omitido sistemáticamente la venganza, a pesar de la evidente importancia que dichos actos tienen en nuestras relaciones personales". A diferencia de otras actitudes humanas ampliamente exploradas, aún no somos del todo conscientes de las consecuencias que la venganza puede acarrear.

Según dicho estudio, el elemento común en todos los procesos de venganza es que intentan generar un equilibrio en una relación que se percibe como injusta. Es decir, si se considera que la otra persona nos ha herido profundamente, pretendemos realizar un daño semejante en dirección opuesta que iguale la situación de ambos. Por lo tanto, los dos miembros de la pareja salen perdiendo. La psicóloga Anna I. Gil Wittke, terapeuta de pareja en la Unidad de Terapia Sexual y de Pareja apunta que "cuando hablamos de venganza en la relación, entendemos que ésta es producto de experiencias no resueltas, de capítulos no cerrados y de emociones insuficientemente expresadas. Por ello la 'necesidad de venganza' es un indicador de algo más profundo. No se trata de huir ni de dejarse llevar por el deseo vengador, sino de entender por qué surge y que es lo que realmente buscamos".

Una satisfacción inútil

Decía Aristóteles, mucho antes de que los eventos anteriormente señalados tuviesen lugar turbando la paz de millones de internautas, que "la pasión y la rabia son la causa de los actos de venganza. Pero hay una diferencia entre la venganza y el castigo. Este último está determinado por el daño que se le causa a la víctima, pero la venganza está definida por el interés del que inflige el daño, y la satisfacción que obtiene de dicho acto". Así pues, la venganza por lo general suele movilizar un sentimiento egoísta, que raramente suele servir para algo más que proporcionar una leve satisfacción pasajera al que la ejecuta.

Uno de los principales problemas en estos casos es la confusión entre justicia y venganza, pues muchos de los que llevan a cabo la segunda piensan que es sin embargo la primera la que los conduce. Señala Anna I. Gil que "todo ser humano tiene un sentido de justicia más o menos subjetivo. Cuando interpretamos que se nos ha tratado injustamente nace en nosotros el impulso de luchar por nuestra dignidad, por lo que es un derecho. La justicia sana psicológicamente hablando. Por ello, en situaciones de conflicto de pareja, es fácil confundir justicia con venganza y esperar el mismo beneficio".

"Pero la experiencia en terapia de pareja nos demuestra que la venganza daña y deteriora en la mayoría de los casos", continúa. "Cuando hay deseos de venganza todavía queda en nosotros odio y rencor. De esta manera nuestros actos están enfocados al dolor, a la persona que nos lastimó y al pasado, creando una vinculación afectiva dañina".

La impulsividad que nos lleva a querer reparar los errores del otro por nuestra cuenta pocas veces resulta productiva. Aunque la venganza se proponga como meta principal hacer a la víctima consciente de una situación injusta a través de una acción que no pueda ignorar, las consecuencias de la misma son imprevisibles. "La venganza hacia la pareja suele volverse contra uno mismo sobre todo si aún se mantiene la relación. Cuando uno ha sido dañado por su compañero o compañera sentimental, lo que busca con la venganza va más allá de que el dolor que sentimos sea comprendido. Lo que realmente deseamos es que el daño sea reparado", prosigue Anna I. Gil.

"Por eso la venganza es tan perjudicial como estrategia en la relación amorosa. Suele ser el comienzo de una espiral de dolor y rencor en incremento. Las consecuencias de la venganza pueden ir más allá de la comprensión del dolor, llega en muchos casos al punto de que se rompa la relación".

¿Pero qué ocurre cuando la relación ya ha concluido, y además, poseemos ciertos datos que pueden dañar profundamente a nuestra ex pareja?

A los ojos de todo el planeta

Internet, como señalábamos al principio, ha sido una de las herramientas preferidas por los vengadores para llevar a cabo sus hazañas. Sin embargo, rara vez acaban bien, pues si algo caracteriza a Internet es la falta de control que el usuario tiene sobre los contenidos que publica. Lo que comienza como una pequeña travesura puede terminar poniendo en peligro la reputación de la otra persona, y en último grado, volviendo sobre el propio vengador en forma de castigo penal.

Confirma el psicólogo José María Carayol Martínez que "la red es una herramienta más a utilizar para la expresión emocional. Gracias al fácil acceso a la red y al anonimato que ésta produce, puede ser un instrumento útil en la estrategia de nuestra venganza. De hecho, la red se convierte, en muchas ocasiones, en un intercambio de confidencialidades entre la pareja, manejando entre ellos información muy sensible que puede ser luego utilizada como arma arrojadiza hacia el otro".

Jack Weppler sufrió en sus propias carnes el daño que Internet puede causar en la reputación de una persona, cuando su ex novia comenzó a publicar fotografías del joven acompañadas de diversas frases que se mofaban del mismo. La participación de la madre de Jack sólo empeoró las cosas: publicó una entrada en un foro de Google en el que pedía clemencia para su hijo, lo que hizo que el público se ensañara más aún con su retoño.

Por otra parte, hace un par de años, un hombre fue detenido en Alcalá de Henares por haber colgado en Internet las relaciones sexuales que había mantenido con su ex novia, como venganza ante el abandono de esta. Además de atentar contra su privacidad, la joven era menor de edad, y tras no acudir al instituto por miedo a la reacción de sus compañeros, denunció el hecho. Es el reverso más tenebroso de este tipo de decisiones, pero demuestra hasta qué punto puede llevarnos lo que en principio nos pudo parecer una idea justa.

Sorgen Kierkegaard ponía en boca de Johannes, el protagonista de Diario de un seductor, las siguientes palabras: "cuántas veces el dios del amor y la diosa de la venganza (Némesis) tienden el arco, las flechas vuelan directas y juntas hasta herir en el corazón. Esto significa que su Amor ha sido al mismo tiempo su Némesis". Refiriéndose al proceso que ha acabado con la vida de Cordelia, Johannes alerta ante el peligro de que en muchos casos, el amor y la venganza marchen de la mano. En ocasiones, tan grande es el amor que se ha sentido como dura es la venganza que se inflige al otro.

Como concluye José María Carayol, "por encima de todo tenemos una voluntad que nos capacita para decidir. Siempre podemos escoger si usamos o no un arma. En el caso que nos compete, podemos elegir si usar o no la red para castigar a quien nos dañó. Es más, podemos decidir si vengarnos o usar otras estrategias para paliar el dolor. Siempre podemos decidir". Así pues, antes de ponernos a cocinar ese plato frío que se dice que es la venganza, quizá convenga pensarlo dos veces. Aunque no sea ya sólo por respeto a la otra persona, sino por miedo a las consecuencias que nuestros actos puedan desencadenar.

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