alcanzar puestos directivos dejando 'cadáveres' por el camino. (Corbis)
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Javier Sánchez* 02/11/2011 (06:00h)
¿De dónde salen los tiranos sádicos, y más en particular los perversos sociosexuales que ocupan desde cátedras hasta puestos de dirección? Las taras de ese sádico capaz de arruinar la convivencia doméstica, laboral o ciudadana se han empezado a comprender mediante novedosos estudios genéticos y de neuroimagen, sin que puedan desdeñarse los condicionantes educativos, sociales y culturales que facilitan su crecimiento y desarrollo.
Dos ámbitos sobresalen como reinos en que, a poco que se tuerzan las cosas, van a imperar aquellos que albergan el ánimo de degradar al otro. Se tratan del trabajo y de la relación de pareja. En el primero, el tirano se hace con el poder a través de la calumnia, en el segundo de la deslealtad.
El mundo laboral, es claro para quienes recogemos las piezas de los derrotados, está sembrado de sujetos malévolos, sólo capaces de disfrutar cuando se produce el mal ajeno. Tales rasgos de personalidad son tanto más frecuentes cuanto más se asciende en la escalera del éxito. El sádico hábil progresa, se aprovecha de los cadáveres que le sirvieron para auparse, y cuando surge el conflicto consigue hacer figurar como culpable o incapaz a aquel al que ha traicionado.
Cuando analizamos su arma más importante encontramos que la destreza con que suministra sus puñaladas traperas deriva del conocimiento de las vulnerabilidades de sus víctimas. El depredador profesional sólo contempla la amistad y la intimidad para conocer los puntos mortales de su posible competidor. Su forma de lucha es la más hipócrita y vergonzosa de todas. En el ámbito laboral evita la confrontación directa porque en su configuración más íntima es un cobarde, sin embargo sabe actuar como un Iago inclemente y ensuciar con sus sucias difamaciones al más meritorio de los seres.
Exceso injustificado de autoestima
Como no es tan carente de inteligencia como de virtud, suele mantener una imagen externa muy distinta de la podredumbre que le encarna. Eso conlleva que los rasgos de personalidad del sádico tiránico vayan muchas veces acompañados de un exceso injustificado de autoestima, en lo que llamamos rasgos narcisistas. De ahí que sorprenda tanto a los vecinos que el del 4º haya descuartizado a su mujer cuando todos los domingos saludaba de camino a misa y vestía de Hermés.
El psicópata o sádico narcisista no tolera lo que, casi siempre sin razón, considera una humillación por parte de quien le frena los pies. Experto en intentar humillar a los otros, las experiencias en que se le planta cara, conllevan la reagudización de sus más profundas inseguridades. Por ello tratan de seleccionar a quienes probablemente no responderán con violencia a su intimidación.
Como es fácil de imaginar, todos estos rasgos del psicópata laboral son perfectamente aplicables al terreno sexual. Cuanto más avergonzado de sí mismo se siente un psicópata en términos sexuales (ya sea, por ejemplo, por una homosexualidad no aceptada o por una impotencia copulatoria) más peligroso y vengativo puede ser. Los claros paralelismos entre un mundo y otro nos explican por qué hay individuos que pagan sus conflictos íntimos “sodomizando” o “gomorreando” a empleados y compañeros de trabajo, en un intento de aplacar su inconfesable desprecio por sí mismos.
En una frase: lo que no pueden en el trabajo lo llevan a la cama y lo que pasa (o no pasa) en la cama lo arrastran al trabajo.
No se rehabilitan
El único consuelo de las buenas personas radica en que el psicópata sádico y tiránico sólo puede sobrevivir y perpetuarse cuando la sociedad que lo rodea todavía puede “permitirse” su existencia en términos evolutivos y de convivencia. Su capacidad de engaño y explotación procede de la credulidad de quienes lo rodean, del amparo de quienes lo compadecen, de las actitudes samaritanas hacia quien (por su incorrecto desarrollo cerebral) sólo encuentra en quienes le perdonan una muestra de debilidad.
Es aquí donde el propósito benévolo de redención para el depredador social o sexual choca con la realidad. Su incapacidad para aprender tanto del castigo como del buen ejemplo obliga al grupo humano que lo circunda a una actitud firme y coherente. La capacidad de una organización empresarial, un partido político o todo un pueblo para detectar y aislar a este tipo de sujetos es la mejor expresión de su responsabilidad social corporativa.
*Javier Sánchez García. Psiquiatra y sexólogo. Salud y Bienestar Sangrial
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