lunes, 22 de agosto de 2011

Enrique Rojas: Adios a La Depresión

«Necesitamos ejemplos de vidas sanas en lugar de los modelos de vidas rotas de los famosos»

El doctor Enrique Rojas, 57 años, tiene en su consulta una máquina que cura la depresión a base de ondas magnéticas. Acaba de publicar un libro sobre éste y otros métodos contra esta enfermedad, segunda causa de baja laboral en el mundo. El autor de «Adiós, depresión» –90.000 ejemplares vendidos en dos meses– dice ser un devoto de la voluntad: «Con ella se consigue todo lo que uno se propone. Es más importante que la inteligencia».

El psiquiatra Enrique Rojas es una persona rocosa, y la definición es de él. Quiere decir que suele salir airoso de los trances o que pocas cosas le afectan. Su impronta es efectivamente impasible, algo pétrea; sus gestos, vagos, y su piel curtida tiene un aire a pergamino. No conozco a su esposa, Isabel Estapé, que fue la segunda mujer agente de bolsa en España, la primera en la Real Academia de Ciencias Económicas, y que seguramente será también la artífice de esto: el doctor Rojas se funde fabulosamente en el decorado de su casa, donde Saura y Miró, por ejemplo, comparten espacio con iconos rusos y otras antigüedades del maravilloso Oriente; sobre suelos marmóreos, columnas jónicas, paredes y dinteles de otros mármoles superpuestos. Nunca he entrado en un museo en la noche vacía, sólo lo he soñado, pero la sensación se me antoja parecida: frío, silencio y oscuridad.

El doctor enciende unos puntos de luz, acciona el circuito de aire y no levanta las persianas. Hablamos en la penumbra: de las obras que la melancolía inspira en los artistas, de esta sociedad opulenta y deprimida, y de la química emocional a la carta que nos ha hecho tan pusilánimes. Rojas es un cajón de citas científicas y de memoria poética, de Lope de Vega a Sigmund Freud, pero se deja entrevistar mal: como buen preguntador, sólo responde a lo que él mismo se pregunta.

P.Doctor, ¿cuánto me costaría enchufarme a esa máquina de la felicidad razonable, esa que quita la depresión?

R. El estimulador magnético transcraneal (EMT) es un aparato absolutamente novedoso. Fue diseñado por unos médicos del hospital psiquiátrico de la Universidad de Bengurión, en Israel, que comprobaron que los estímulos magnéticos producían un cambio positivo en la conducta. Consiste en una pala magnética que se aplica sin anestesia en el polo frontal y que activa las neuronas. Con unas 12 ó 16 sesiones se suele aliviar una depresión que no responde a los fármacos modernos.

P. Reconoce que no existen pruebas concluyentes sobre el alcance y la persistencia de los efectos que produce, ¿no le da miedo la posibilidad de estar creando monstruos?

R. No, porque no tiene efectos secundarios. Y otra gran ventaja es que se puede aplicar a todo el mundo y, según los estudios hechos, un 70% de los pacientes ha respondido. Yo se lo aplico a unas 24 personas y con resultados positivos en el 78%.

P. ¿Y de verdad estos pacientes no tienen miedo a sus efectos a largo plazo, se confían plenamente?

R. No, no tienen miedo. Son pacientes que junto a la depresión sufren ansiedad, que es una emoción negativa, temor e incertidumbre de futuro; pero confían en mí: el único fármaco que no viene en el Vademécum es el médico, que cura con su presencia. El EMT viene siendo lo que fue el electroshock en su día.

P. Creía que el electroshock estaba desterrado y leo en su libro que se sigue aplicando, pero ¿no era una aberración?

R. Sus descubridores demostraron que estas descargas eléctricas provocaban un ataque epiléptico que producía una mejora; anteriormente había existido la silla giratoria, que daba vueltas a tal intensidad que inducía un impacto brutal, y luego, la mejora: son los dos antecedentes convulsivos del EMT. El electroshock ha tenido una leyenda negra, sí, pero hoy se sigue utilizando muchísimo en su versión moderna, el TEC, técnica electroconvulsiva bajo anestesia.

P. Doctor, ¿por qué en esta era del bienestar es cuando la depresión ha alcanzado sus máximas cotas?, ¿acaso es una enfermedad de la opulencia, enfermedad de ricos?

R. Es una enfermedad de la opulencia, sí, pero no de ricos. Hace unos 20 años se puso de moda hablar de felicidad, confundiéndola con bienestar y nivel de vida, olvidando que es mucho más que eso. De ahí el subtítulo del libro: En busca de la felicidad razonable.

P. ¿Y eso qué es?, ¿existe?

R. Una ecuación justa entre lo que he deseado y lo que he conseguido; una administración inteligente del deseo.

P. ¿No será que estamos disfrazando los duelos y recurriendo al médico y sus medicinas en lugar de arrostrar las penas? ¿No estaremos creando una sociedad de pusilánimes?

R. Sí, yo creo que sí. En primer lugar, vivimos de espaldas a la muerte, que no cuenta. En segundo lugar, la depresión, que ha existido siempre, que se describe ya en los libros de los faraones y de las más antiguas dinastías chinas, hoy sabemos que se cura; entonces todo el mundo quiere quitársela de encima, rápidamente: doctor deme una pastilla que mi hijo tiene fracaso escolar.

P. O sea, estados de ánimo a la carta: ¿a usted le parece correcto crear falsos estados de ánimo a base de píldoras?

R. No, yo soy gran devoto de la voluntad, que me parece más importante que la inteligencia: una persona con voluntad consigue lo que se propone. Hay que seguir educando la voluntad, y el estado de ánimo a la carta que mencionas no la favorece.

P. La melancolía ha dado lugar a no pocos genios y expresiones artísticas. ¿Qué le diría a un artista que alimenta su depresión, convencido de que es su motor creativo?

R. [Me recita a Rubén Darío, a Neruda y a Lope de Vega]. Las grandes emociones negativas son más creativas que las positivas, ¿por qué?

P. Pues por lo mismo que la felicidad no da buena literatura, supongo.

R. Claro, porque en la felicidad uno se funde con los demás. Mientras que en la tristeza te exploras, te internas y sacas lo mejor de ti mismo, porque necesitas argumentos para vivir. El gran literato los saca, mira García Lorca cuando muere Ignacio Sánchez Mejías: Cuando el sudor de nieve fue llegando / a las cinco de la tarde, / cuando la plaza se cubrió de yodo / a las cinco de la tarde, / la muerte puso huevos en la herida / a las cinco de la tarde. / A las cinco de la tarde. / A las cinco en punto de la tarde. / Un ataúd con ruedas es la cama / a las cinco de la tarde. / Huesos y flautas suenan en su oído / a las cinco de la tarde. / El toro ya mugía por su frente / a las cinco de la tarde. Paradójicamente, el éxito temprano aboca al fracaso vital y, con frecuencia, los golpes duros a la larga han propiciado el gran triunfo. Porque el sufrimiento esculpe la personalidad.

P. ¿Qué le aconseja entonces al artista que ve deprimido?

R. Le cuestiono, intento recomponer su mapa afectivo y personal, y trato de hacer una excursión retrospectiva a su biografía, cerrando heridas. La felicidad, digo yo, consiste en tener buena salud y mala memoria, o sea, capacidad para pasar las páginas negativas. Ahora, la tristeza sólo es patológica cuando no es creativa, invita a la muerte y hace emerger ideas de suicidio. Pero cuando te lleva a pintar, a escribir, a crear sacando lo mejor de tu personalidad, entonces es positiva. Y ahí en medio hay una frontera huidiza.

P. Me llama muchísimo la atención que un libro mayormente técnico, como es éste, se venda en tal proporción. ¿Tan deprimidos estamos, tan desesperados?

R. En España hay en torno a seis millones de personas con depresión, que a su vez es la segunda causa de baja laboral en el mundo.

P. ¿España ha dejado de ser different?

R. La España mediterránea sigue siendo alegre, se registra menos depresión, y es por la luz. Otra cosa es el norte, y sobre todo Galicia, profundamente melancólica: se cultiva la nostalgia, se observa en todos sus escritores, incluido Camilo José Cela, pese a ser carpetovetónico, iconoclasta y heredero de la flema inglesa.

P. A ver si yo he leído bien su libro, ¿la creciente proliferación de familias monoparentales es un factor del incremento de las depresiones?

R. Estadísticamente, hoy empieza a ser más frecuente la familia rota que la familia entera, entonces los niños crecen cojos, con un troquelado psicológico inadecuado, porque el hijo necesita tanto la educación afectiva de la madre como los mensajes intelectuales del padre.

P. O sea, ¡¿que una madre no puede transmitir mensajes intelectuales a sus hijos?!

R. Lo está haciendo, sí; la mujer está demostrando ser capaz de un plus de actividad extraordinario. Pensemos que el 90% de las familias monoparentales se sustentan en las madres. Yo estoy convencido de que, en la cultura occidental, la mujer es superior al hombre, porque es más completa.

P. También dice que la mujer es tres veces más tendente a la depresión que el hombre, algo que los machos suelen achacar a una debilidad hormonal, pero ¿cómo incide hoy el estrés y el exceso de responsabilidades en la depresión de las mujeres?

R. La primera causa es su mayor sensibilidad: es la transmisora de la cultura sentimental, remite los patrones de referencia y construye el hogar. En segundo lugar, tiene más posibilidades biológicas de depresión debido a sus ritmos hormonales.

P. Insisto, ¿y el estrés por exceso de responsabilidad?

R. La mujer sigue queriendo tener una vida conyugal, una afectividad consolidada, y al hombre no le interesa, porque lo tiene todo sexualmente y tiene pánico al compromiso.

P. ¿Y la mujer hoy se deprime por eso o porque no puede más?

R. Están todos los factores que he mencionado más su incorporación al mundo laboral, que no le ha aliviado de sus anteriores ocupaciones, sino que las ha sumado. Y sí, está más estresada. Pero lo que lleva a las mujeres a la consultas de psiquiatría es sobre todo esta socialización de la inmadurez afectiva del hombre.

P. «No olvidemos», dice, «que la educación de los hijos sigue siendo tarea de la mujer fundamentalmente», lo que me parece una observación muy cómoda.

R. No, no, lo que digo es que en la familia estable sigue estando vigente la figura del padre ausente, que está pero no tiene papel; y lo denuncio como un gran fracaso.

P. ¿Su mujer educó más a sus hijos que usted?

R. No, yo tengo una lista de objetivos con cada uno de mis hijos, y estoy encima: tengo mucho papel. Lo que sí es cierto es que estoy menos tiempo con ellos, por tanto soy más condescendiente y menos estricto que mi mujer, que está más.

P. Pero, ¿el trabajo de Isabel Estapé no es más estresante y absorbente que el suyo?

R. Lo que ocurre es que ella gestiona mucho mejor su tiempo y es capaz de hacer seis cosas a la vez, mientras que yo sólo soy capaz de hacer una.

P. Doctor, ¿hay peor dolor, duelo más grave que el que sigue a la muerte de un hijo?

R. Es lo más duro para una madre; y para mí, sí, la muerte de mi hijo fue también el acontecimiento más triste de mi vida.

P. ¿Sufrió depresión?

R. Mi mujer sí, pasó por todos los estados de ánimo depresivos, y estuvo un año entero llorando. Yo lo pasé mal, fue terrible, pero tengo la suerte de ser una persona de fe.

P. Después de esto, ¿qué podría deprimirle?

R. Soy una persona bastante rocosa: aguanto bien la batida de las olas. Conozco bien mis limitaciones, porque estoy casado con una mujer número uno, y yo soy de la banda media.

P. El hombre nunca ha sabido tanto de sí mismo y nunca ha estado tan perdido, ¿cómo se resuelve esta paradoja?

R. Sufrimos un bombardeo de mensajes y llegamos a la indiferencia por saturación de contradicciones. Y en medio de esto y del relativismo rampante, sólo se mantiene a flote una persona sólida y bien conjugada, que sabe gestionar su trayectoria.

P. Vivimos en una sociedad neurótica y la neurosis es contagiosa, ¿esta espiral tiene fin?

R. Yo creo que sí, necesitamos modelos de identidad sólida, ejemplos de vidas sanas, en lugar de los modelos de vidas rotas de los famosos. La clave está en los medios, que están enfermos.

«Adiós, depresión. En busca de la felicidad razonable» (Temas de Hoy), de Enrique Rojas, está en las librerías.

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