jueves, 28 de marzo de 2013

Como de importante son las señales que recibimos


es dirigir la mirada hacia la expresión de su madre. El pequeño evaluará
la gravedad de la situación a través de la expresión de su madre:
si ésta emite señales de estar asustada, el niño empezará a llorar; si la
madre hace señales de encontrarlo divertido, entonces el pequeño se
reirá. La reacción emocional de este pequeño ante la caída dependerá
de la reacción emocional de la madre. Pero si en lugar de la madre, en
este momento, el pequeño está con un extraño, entonces la reacción del
adulto desconocido será mucho menos relevante para el niño. ¿Por qué?
Porque ya desde pequeños sólo nos fi amos de aquéllos con quienes nos
sentimos conectados emocionalmente, que sabemos que «sienten lo que
yo siento». Si el otro no siente de una forma bastante parecida a como
yo siento, entonces es probable que sus soluciones a mí no me sirvan.
La emoción es la manera que tenemos de evaluar situaciones. Tendemos
a creer que el pensamiento refl exivo es la manera más efi caz de que
disponemos para evaluar situaciones y tomar las decisiones consecuentes.
Hasta hace poco no se nos ha hecho evidente que las emociones
son herramientas muy poderosas, más sutiles y más rápidas que el pensamiento
refl exivo, para tomar decisiones. Por eso, la expresión «inteligencia
emocional» se ha vuelto tan popular recientemente. A menudo,
después de pensar mucho en algo, de darle muchas vueltas, acabamos
exclamando: «ya no sé qué pensar, pero lo que a mí me sale hacer es...».
Y acabamos haciendo lo que nos sale, es decir, acabamos siguiendo el
impulso emocional que sentimos. Nuestras emociones determinan las
decisiones más importantes de nuestra vida: nuestra elección de pareja,
de profesión, del lugar donde vivir, los amigos de quienes nos rodeamos,
etc. Que nuestra vida sea plena o vacía (términos que me parecen
más adecuados que feliz e infeliz) también dependerá de nuestras reacciones
emocionales. Un paciente deprimido que no se puede levantar
de la cama es alguien que ha evaluado emocionalmente que lo que le
espera durante el día que tiene por delante no presenta ningún atractivo.
¿Cómo podemos ayudar a este paciente a cambiar su evaluación
emocional?
En cada familia rigen unas convicciones emocionales no conscientes
y nunca habladas que determinan qué se puede sentir y qué no se puede
sentir. Por poner un ejemplo bien sencillo: en ciertas familias sus miembros
pueden llorar juntos, en otras, cada uno se esconde para llorar a
solas y, en otras, nadie ha tenido casi nunca la experiencia de llorar. El
pensamiento y la refl exión suelen tener una efi cacia limitada a la hora
de modifi car estas convicciones emocionales y nuestra forma automáMUESTRA
EDITORIAL
L A CONE X IÓN EMOCIONAL
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tica de reaccionar emocionalmente. Los argumentos racionales tienen
poca capacidad de generar estados emocionales distintos. Para aprender
a montar en bicicleta, las explicaciones verbales sobre cómo debemos
posicionar nuestro cuerpo tendrán una utilidad muy limitada. Con las
emociones ocurre lo mismo: las refl exiones verbales sobre cómo nos
conviene emocionarnos nos servirán de muy poco. En cambio, nuevas
relaciones (o nuevas formas de relacionarnos) nos suministrarán nuevas
formas de conectar emocionalmente y nuevas formas de reaccionar
emocionalmente.
Hace treinta años que trabajo para ayudar a los pacientes a cambiar
su forma de sentir. Aparentemente, mis pacientes y yo nos reunimos
para hablar y refl exionar. Pero lo que fi nalmente resultará determinante
será que consigamos crear una atmósfera donde ellos puedan llegar a
sentir lo que no habían podido sentir en sus otras relaciones. En la terapia
psicoanalítica, la especialidad en la que estoy formado, tratamos de
llegar a las emociones a través de la palabra y la refl exión. Otras terapias
utilizan herramientas como la música, el arte o la expresión corporal.
Pero el objetivo es el mismo: lograr, a través de la relación, nuevas formas
de reaccionar emocionalmente.
A menudo, la forma de reaccionar emocionalmente que hemos aprendido
desde niños nos será útil para toda la vida. Sin embargo, en ocasiones
las circunstancias familiares o sociales de nuestra infancia hacen
que las emociones que aprendimos en el pasado nos sean poco útiles en
la actualidad. Un síntoma psicológico es siempre un intento de resolver
un problema. Por ejemplo, la tendencia de un niño al aislamiento puede
ser una buena forma de protegerse de unos padres poco empáticos.
Ahora bien, cuando este niño se convierta en adulto, es decir, cuando
alcance la capacidad de elegir su entorno relacional, el aislamiento le
será muy poco útil. Entonces necesitará cambiar su tendencia espontánea
hacia el aislamiento, es decir, su forma automática de reaccionar
emocionalmente.
El libro que tenéis en las manos trata las siguientes cuestiones: cómo
se forma nuestra forma espontánea y no voluntaria de reaccionar emocionalmente,
cómo podemos cambiar esta manera automática de emocionarnos
y cuál es el papel de la conexión emocional en estos procesos.
Todo lo que encontraréis en este libro es el resultado de lo que he aprendido
de mis pacientes, primero niños y luego adultos, durante mis treinta
años de experiencia profesional. Todo lo que cuento es fruto de la
experiencia: por un lado, la de haber luchado durante todo este tiempo

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