En la vida hay que reconocer que hay gente.
Que se causa da;o.
Y que gusta de causar da;o a los demas
Por una parte, el antisocial, denominado también sociópata, y caracterizado por sus conductas antisociales, agresividad, destructividad y falta del control de impulsos. Por otra parte, un grupo cuyos rasgos distintivos, siempre citando el trabajo mencionado, reúnen la locuacidad, falta de remordimientos o culpa, afectos superficiales, falta de empatía y renuencia a aceptar responsabilidades. La ponencia proponía que este conjunto de rasgos constituye el núcleo de la psicopatía, la cual, en consecuencia, puede o no estar asociada a lo antisocial.
De este modo, podemos distinguir el psicópata propiamente dicho, o psicópata puro, definido por sus talentos o capacidades, del sociópata definido fundamentalmente en el eje de la conducta antisocial y la destructividad. Una cosa es el antisocial que en su acto delictivo utiliza la violencia y la coerción contra la voluntad del otro, y otra distinta es el psicópata que para ese mismo acto logra obtener, con una habilidad notable, la complicidad, o por lo menos el consentimiento de la voluntad del otro.
En la orientación lacaniana dentro del psicoanálisis, las psicopatías no tienen un lugar claramente determinado. La clásica clínica freudiana organiza el campo psicopatológico fundamentalmente en tres categorías clínicas: las neurosis, las psicosis y las perversiones; y las psicopatías no tienen claramente un lugar en este sistema.
El contraste psicopatía – neurosis
Freud definía las perversiones en su relación con las neurosis como el derecho y el revés; él decía: el negativo y el positivo. Las neurosis son a las perversiones –decía– como en una fotografía el negativo es al positivo. Podemos aplicar esta oposición a la relación entre las neurosis y las psicopatías, haciendo una comparación con lo que el psicoanálisis construyó como concepto de neurosis, especialmente neurosis obsesiva. De esta manera, se ve cómo los rasgos se oponen punto por punto en el neurótico y en el psicópata. Del lado del neurótico está la patología del autorreproche, el remordimiento, la culpabilidad; del lado del psicópata, lo que podríamos llamar: la inocencia, es decir, la creación de códigos propios. Pues son códigos que, efectivamente, en relación con los códigos comunes y compartidos, hacen que la culpa quede siempre del lado del otro. En estas categorías psicoanalíticas para describir la acción, que son inseparables de la relación con el otro, tenemos del lado de la neurosis, entonces, la autoculpabilidad; del lado de la psicopatía, la héteroculpabilidad. Lo cual quiere decir que en términos psicoanalíticos podríamos incluir a las psicopatías también como una patología del superyó, en la medida en que esta instancia tiene como origen la internalización de ciertas pautas sociales, entre ellas, las éticas o morales.
La ausencia de culpabilidad en el psicópata constituye lo opuesto de la rígida conciencia moral del neurótico obsesivo, lo que Freud llamaba el severo y cruel superyó primitivo que acosa al neurótico con los autorreproches y los remordimientos ante sus transgresiones fantasmáticas, es decir, las que el neurótico cree que son transgresiones.
El psicópata, por lo contrario, solo puede ser calificado como transgresor desde el punto de vista de un observador externo. Desde su propia posición subjetiva no es ni se siente transgresor, hay una ausencia de culpabilidad que desdibuja los contornos y las barreras entre lo prohibido y lo permitido en el lazo social, se guía por sus propios códigos.
Es por esto que reuní al psicópata y al neurótico en lo que consideré una patología de la responsabilidad. En uno por defecto, en el otro por exceso y por deformación, en ambos casos hay un déficit en la responsabilidad.
Este contraste entre neurosis y psicopatía obtenido de la generalización de la oposición entre neurosis y perversión como modalidades subjetivas puede plantearse sobre otros ejes, y de este modo destacar, como lo hace Lacan, el contraste entre el goce y el deseo. Para el neurótico es prevalente la dimensión del deseo en detrimento del goce de la satisfacción pulsional que, en las neurosis, queda sujeta más fuertemente a la eficacia de la represión y otras vicisitudes pulsionales. Visto desde otra de sus caras es equivalente a afirmar que el goce neurótico siempre implica un alto grado de sufrimiento: la satisfacción pulsional termina produciéndose por vías indirectas y sobre todo a través de la satisfacción del síntoma como retorno de lo reprimido. En la perversión, por el contrario, es prevalente la vía del goce y el deseo mismo se convierte en voluntad de goce. La satisfacción pulsional se obtiene por vías más perentorias, la llamada impulsividad del psicópata.
Pero podríamos destacar también un contraste sobre el eje de la demanda. Este rasgo hace del neurótico alguien especialmente apto para ubicarse como partener del psicópata. La modalidad neurótica conduce al sujeto a ubicarse en dependencia de la demanda del Otro. Al neurótico le gusta hacerse demandar y usa sus recursos para que el otro le pida, le ruegue, le sugiera, le ordene…, todas diferentes formas de la demanda con las que espera sobre todo obtener el reconocimiento del Otro. El psicópata, por el contrario, él demanda, impone formas sutiles de exigencia, incita al otro a la acción.
También podríamos marcar el contraste en las modalidades del acto y comparar la seguridad, labilidad y rapidez del psicópata, con el predominio del pensamiento, de la duda, de la indecisión, la vacilación neurótica, sobre todo con la duda obsesiva que determina una pobreza en la acción ya que conduce una y otra vez a su postergación o bien a una realización torpe que marca un fuerte contraste con la abundancia y la habilidad y la seguridad del psicópata en sus acciones.
Pero sobre todo conviene desplegar la comparación entre una y otra modalidad subjetiva en el eje de la angustia y el goce. Es sobre este eje que Lacan hace jugar la distinción, en el interior de la estructura perversa, entre el sádico y el masoquista. El sádico que aparentemente persigue provocar la angustia en el otro pero, en realidad, inconscientemente busca producir el goce del Otro.
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Hace 6 años
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