martes, 9 de agosto de 2011

Breve Tratado de La Ilusión de Julian Marias

UN SECRETO DE LA LENGUA ESPAÑOLA.


La palabra ilusión proviene del latín illusio, por lo que aparece en las lenguas romances y en algunas como el inglés. En sus primeros pasos se le dio un significado negativo (burla, escarnio); aparecen también algunas palabras derivadas de ésta como:
-Iluso: el que está engañando.
-Ilusor: el que engaña a otro.
-Ilusorio: algo que engaña.
Pero es en el español donde comienza a aparecer el significado positivo de la palabra ilusión. Con este significado, comienzan a surgir distintas expresiones como "tener ilusiones", "vivir con ilusión", etc.
El cambio semántico de ilusión tiene lugar en los primeros decenios del siglo XIX, pero no fue registrado por los diccionarios hasta finales de dicho siglo. Hasta entonces, la ilusión era fruto de la imaginación, algo engañoso, un sueño imposible de alcanzar (hacerse ilusiones). En 1875 sigue su significado negativo, pero empieza a verse el positivo, aunque predomina la noción de error. Pero ya podemos ver que la ilusión nos es imposible de alcanzar o no, y si es así, si la podemos hacer realidad, nos brinda felicidad y satisfacción.
Así, también cabe destacar que toda ilusión está inseparablemente unida a la posibilidad de la desilusión; cuando no conseguimos nada, cuando creemos que algo nos va a provocar bienestar y al final no es así, nos desilusionamos.
A mediados del siglo XX se comienza a registrar la mayor parte de los aspectos positivos de esta singular palabra: tener ilusiones, hacer algo o poseer algo que nos haga sentirnos bien.




EL CARÁCTER FUTURIZO DEL HOMBRE.


Tenemos ilusión gracias a nuestro carácter futurizo, mediante el cual, anticipamos y proyectamos lo que va a venir. La ilusión aunque no está presente y no es palpable, nos crea a nuestro alrededor un margen de seguridad ante el incierto futuro, todo ello, porque poseemos inteligencia abstracta, es decir, somos capaces de pensar.
Vamos construyendo el futuro con proyectos y "con la ilusión" de poderlos llevar a cabo, pero sabemos que existe la posibilidad de conseguirlo o no, pues el futuro no lo podemos controlar (de ahí que necesitemos un margen de seguridad) y además, somos conscientes de que un día u otro tenemos que morir; por eso la ilusión tiene ese doble sentido, el positivo como la posibilidad de anticipación y el negativo como camino erróneo hacia nuestros objetivos o que la vida se termine.
El niño pequeño es todo ilusión, porque es todo futuro, proyecto, entusiasmo, etc., sin embargo, el niño se aburre, pero no porque su carácter futurizo deje de estar presente, sino porque no sabe hacer ono puede hacer algo que desea o que necesita hacer.
El adulto a diferencia del niño, va perdiendo ilusiones conforme se va acomodando al mundo y lo concibe como algo estático, considera que ya lo ha visto todo y que sus circunstancias son las mejores; pero esa pérdida de capacidad de proyección va en contra del desarrollo personal y anula dos aspectos del ser humano esenciales: el carácter futurizo y la inconclusión.
Por eso a veces caemos en el error de darlo todo por hecho, sin tener en cuenta que toda ilusión necesita una continuidad en el tiempo y a la vez necesitamos incorporarla a nuestro proyecto vital para ir construyendo nuestra persona.
Ahora bien, si pensamos que nuestro mundo está hecho caemos en una cotradicción, primero porque la vida siempre nos trae cosas nuevas y originales y en segundo lugar porque vivimos en la realidad; esta realidad no está fijada a unos patrones establecidos, sino que tiene la característica de ser emergente, nueva y cambiante y todo ello lo introducimos en nuestras vidas, hacemos uso de ella, nos trae infinitas oportunidades que podemos ir eligiendo para construir nuestro quien.





EL TIEMPO DE LA ILUSIÓN



Nos apoyamos en la experiencia para forjar nuestras ilusiones, es decir, que realizamos proyectos haciendo referencia a lo que poseemos; en base a ésto creamos objetivos originales.
La ilusión es anticipación de lo que va a aparecer en nuestra vida. Si el cumplimiento de la ilusión está proyectado a largo plazo, anticipamos lo que va a acontecer cuando la realicemos y en el periodo de espera imaginamos las distintas consecuencias que le pueden seguir. Cuando la realización de la ilusión es a corto plazo, aparece la impaciencia que la hace más intensa; si la ilusión fracasa, surge el sentimiento de no saber que hacer y renunciaremos a ella o elegiremos otro camino para conseguir el fin.
La ilusión es inminencia; nos ilusiona lo que podemos conseguir, pero ésto no evita el que aparezca el temor a la desilusión, a que el resultado no responda a nuestras expectativas. Sin embargo, si lo que conseguimos es justamente lo que habíamos proyectado, lo introducimos a nuestra vida como algo personal e insustituible y nos sirve para ir formando nuestro yo y la trayectoria vital, pero la inconclusión del hombre hace que la vida no sea un elemento estático y necesitamos nuevas ilusiones que complementen a las que tenemos y que contrarresten a las perdidas o a las desilusiones.
Por todo ello, la ilusión necesita un periodo de maduración y de planificación de medios, para darle un enfoque hacia el futuro; por eso no debemos confundir el placer instantáneo con la satisfacción de conseguir algo en lo que hemos ido trabajando durante un tiempo.
Por tener continuidad en el tiempo y ser futuro anticipador, la ilusión no sólo anticipa lo que va a venir, sino que enlaza nuestro presente con nuestro futuro, nos lleva hasta él. Así, debemos afirmar que la ilusión nunca está dada, pues siempre surgen nuevas expectativas, nuevos proyectos y nuevas necesidades; es cierto que el hombre a lo largo de su vida necesita infinidad de cosas y no sólo en algún momento de su vida, sino siempre, de ahí que tengamos miedo a la soledad, a la ignorancia y en definitiva a lo que no conocemos. Entonces, cuando el hombre se apropia de lo que le hace falta no lo desecha, sino que lo guarda para poder utilizarlo en otra situación, porque la posesión de cosas no anula la incesante necesidad que tiene el hombre.
Todos sabemos que al igual que nacemos tenemos que morir, no hay otro camino, es una dimensión de la vida humana que aunque queramos no la podemos eliminar, porque de un modo u otro a todos algún día nos llegará el fin. Por eso, la noción negativa de esta palabra no ha desaparecido, porque nos empeñamos en anular ese aspecto de la vida que obligatoriamente tiene que estar presente.
La vida está llena de ilusiones y éstas nos mantiene en un constante proceso de construcción del yo. Hay cosas que hacemos todos los días y por eso, porque son habituales, nos da seguridad, aunque somos conscientes de nuestra mortalidad, pero aún así nos hace ilusión porque nos proporciona un proyecto, al menos para el mañana.



LA ILUSIÓN COMO REALIZACIÓN PROYECTIVA DEL DESEO.





A menudo, ilusión y deseo parecen ser dos términos sinónimos, pero no es así; el deseo es la circunstancia propicia para tener ilusión, es decir, cuando deseamos algo lo proyectamos con la ilusión.
Para llevar a cabo nuestra ilusión deseada, nos hace falta poner en marcha un proceso de trabajo constante y por eso, la voluntad también tiene que intervenir en la realización de nuestro proyecto. Hoy en día el deseo no se considera algo importante; nos esforzamos por algo y se nos olvida preguntarnos si lo deseamos.
La voluntad nos fija en algo concreto, en algo que podemos conseguir realmente, pero el deseo va más allá, pues podemos desear lo posible, lo imposible y hasta lo inconcebible. Por eso, la vida del hombre no está hecha, vamos dibujándola a medida que elegimos unas posibilidades y rechazando otras, por tanto, podemos afirmar que además de tener una vida biológica, poseemos una vida biográfica.
Así pues, podemos concluir en que la ilusión pertenece a la vida biográfica, ya que tiene un carácter personal, es decir, la ilusión es un deseo con argumento y éste es el que la hace posible. La ilusión es personal y proyectiva, algo que el deseo no requiere.
El deseo es la idea de algo que se quiere conseguir, pero la ilusión es una forma de vida que afecta a la trayectoria vital, porque es algo que nos ocurre, algo que podemos contar y que tiene un desenlace. En el desenlace de la ilusión puede ocurrir que lo que hemos obtenido se corresponda con lo que esperábamos, que no se corresponda o que una vez alcanzada no tenga continuidad. Por eso, en el mismo momento en que tenemos una ilusión, aparece la desilusión como una posibilidad que no se puede eliminar.
Así pues, la ilusión adquiere sentido dentro de la vida de quien la tiene y no en otra porque es personal, argumental y dramática.
Ahora bien, si no concebimos la ilusión como algo importante, estamos afirmando que no forma parte de la esencia humana; esto es lo que ocurre, según Marías, en aquellas personas que no poseen dicha palabra en su lengua e intenta apoyarse en la idea de los modos deficientes definida por Ortega; cada ser humano tiene un grado y un modo de desarrollo que van desde los plenos a los deficientes.
Por eso, la ilusión se desarrolla de distintos modos en las distintas circunstancias, pero pienso que todo ser humano desea y se ilusiona aunque el grado o intensidad sea diferente.
Después, podríamos clasificar las ilusiones en las que tienen un desenlace inmediato y en las que se convierten en modos de vida, que aunque es permanente no es estática, pues en esa ilusión como instalación, nos proyectamos en diversas direcciones y sentidos, trazando innumerables metas y cuyo desenlace no podemos controlar; por eso en la ilusión como instalación caben tanto las ilusiones cumplidas como las desilusiones.
Cuando vivimos ilusionados, nos rodeamos de circunstancias ideales para llevar a cabo nuestras ilusiones. Esta actitud no desaparece cuando nos desilusionamos, sino que sigue patente por su continuidad y por el carácter proyectivo del hombre.


ILUSIÓN Y VOCACIÓN.


Cuando hablamos de vocación, pensamos en la “llamada” que una persona recibe para ponerse al servicio de Dios o desempeñar un determinado oficio (vocación de médico).
Marías habla de este tipo de vocación como parciales porque solo afecta a ciertos aspectos de la personalidad, que son genéricas, comunes a muchas personas.
También se refiere a otro tipo de vocación, la vocación total, mostrándola desde dos perspectivas: la vocación como posibilidades que encontramos en nuestro entorno y como la vocación de ser yo.
En el primer caso, el hombre se encuentra en su medio con una gran variedad de posibilidades entre las que está obligado a elegir, tiene que preferir e introducir en su vida aquellas que crea mejores o más convenientes; comienza, entonces, a personalizarla, la hace suya, y si tiene que modificar sus circunstancias lo hace.
La vocación de ser yo, la caracteriza como la aceptación del destino personal, aquel que vamos creando conforme la vida transcurre. Tiene un carácter individual porque somos nosotros los que libremente elegimos cuál va a ser la trayectoria de nuestra vida. Por tanto, decidimos cuál va a ser nuestro destino, pero su contenido no, porque la vida personal no está dada, no está hecha y continuamente nos asombra. Por otro lado, si esta vocación la llevamos a la realidad, conseguimos algo que, todo el que se considere humano persigue, la felicidad.
Una vez personalizada la vocación, queda definida por mi situación y decimos de ella que es “mi vocación”, que adquiere un significado dentro de “mi vida” y que no se pude separar de ella porque lo perdería.
Dicho esto, se establece la relación que existe entre vocación e ilusión. El enlace que hay entre ellas es fundamental para conseguir satisfacción, disfrute y conseguir que nuestro trabajo se convierta en algo insustituible, en algo de lo que estemos orgullosos, a parte de que sea bueno o malo. La tarea que desempeñamos hecha con ilusión lleva algo que nos hace sentir bien, lleva ese matiz tan importante y personal que hace que la introduzcamos en nuestra vida y nos sirve de referencia para irnos guiando por el acontecer de la vida.
Esta ilusión debe perdurar toda la vida, pues cuando llegamos a cierta edad, pensamos que ya lo hemos visto todo, que nada nuevo va a ocurrir y caemos en un error, porque siempre tenemos que hacer o decir algo. En un momento dado la trayectoria de nuestra vida puede cambiar, pero cada uno se elegirá un camino, pues todos no nos desarrollamos de la misma forma, ya que no existen dos vidas humanas iguales.
Así pues María propone que esos caminos que elegimos, podemos jerarquizarlos, en función al grado de ilusión que hay en ellas. Si conozco las ilusiones de un pensador, puedo comprender cual ha sido la trayectoria de su vida.



LA CONDICIÓN AMOROSA COMO RAÍZ DE LA ILUSIÓN.



Somos seres sexuados; existen dos variedades, el sexo masculino (hombre) y el femenino (mujer). Esta condición no sólo se refiere a que mantengamos relaciones sexuales, sino que con ello se establece una posibilidad de proyectarnos hacia nuestra propia realidad y hacia los otros.
Pero como la vida humana es circunstancial, no podemos realizar esto sin tenerlas en cuenta, pues además estamos necesitados de cosas y, sobre todo, necesitamos a las personas (condición social) para desarrollar nuestras vidas. Nos complementamos con el sexo opuesto para vivir como hombres o mujeres, es nuestra condición amorosa, tenemos necesidad de, es lo que nos permite tener una vida personal y desde ella crear todas las demás formas de amor.
Por ello, en todo encuentro entre hombre y mujer, existe la ilusión si pensamos verdaderamente que la necesitamos; pero como ya hemos visto, en el momento en el que aparece la ilusión, inevitablemente surge la posibilidad de la desilusión, bien por la rutina, por el aburrimiento o por que lo obtenido no corresponde con nuestras expectativas.
La ilusión en este tipo de relaciones radica en el hecho de que la otra persona es un misterio para nosotros, tenemos que ir descubriéndola poco a poco, en un proceso lleno de ilusión que se incrementa cuando conocemos su original personalidad que afecta a la mayoría de las facetas de nuestra vida. Puede ocurrir, sin embargo, que una vez que nos hemos familiarizado con esa persona nos llegue la desilusión; como persona humana está abierta al mundo y al cambio de trayectoria y eso nos lleva a la extinción de la ilusión, pero debemos tener en cuenta que la causa de la desilusión puede ser o bien por la persona en sí o por el nuevo camino insertado en su vida.
Existe también otro tipo de ilusión que es la que sienten los padres por los hijos. A diferencia del animal, las relaciones entre padres e hijos son larga, duradera, se extiende a lo largo de toda la vida. Somos su novedad, parte de ellos, somos su ilusión. Se interesan por nuestras vidas, se preocupan por quiénes vamos a llegar a ser; somos futuro y están muy ligados a nosotros pues tienen que educarnos y prepararnos para enfrentarnos a un mundo del que nada conocemos.
Incluyen nuestras vidas en la suya y se introducen en ella, pero ellos no son los autores porque cada uno es autor irrenunciable de su propia vida, pero hay que decir que las bases por las cuales comenzamos a construir nuestras vidas, no las han regalado ellos.
Pero la ilusión que sentimos por los padres es menor e incluso inexistente, porque los vemos como personas que ya han hecho todo lo que tenían que hacer, como si estuvieran conclusas. No debemos caer en este error, porque tenemos que ser conscientes de que sus vidas cambiaron en el momento en que nosotros vinimos al mundo.
Cabe mencionar la ilusión que los abuelos sienten por los nietos, somos también su novedad, entramos en su vida dándoles una nueva oportunidad para sentirse ilusionados, ven en nosotros la reiteración de la ilusión que sintieron por sus hijos, que son nuestros padres y es mayor porque, en cierto sentido, están más desligados de nuestras vidas. Intenta de satisfacer al nieto y eso hace que veamos en ellos cosas distintas que nos hacen disfrutar de su presencia; nos sentimos llenos de ilusión cuando el abuelo nos ofrece un simple caramelo y nos llama la atención el fuerte patriotismo que sienten. Nos cuentan historias de lo que han vivido con gran orgullo, aunque su situación no haya sido favorable y nosotros lo escuchamos y nos asombramos porque vemos sus vidas como pertenecientes a un tiempo muy lejano que nada tiene que ver con nosotros.
Es frecuente que además de sentir ilusión por gente cercana, la sintamos por alguien desconocido, de alguien del que sólo sabemos lo que dice la publicidad, pero que suscita nuestra ilusión, aunque a menudo, nos desilusionemos al saber que esa persona es creadora de falsas ilusiones (sentido negativo de ilusión) y decimos que estábamos engañados, ilusionado por algo que es mentira.
Después y esto me parece muy importante es la ilusión por uno mismo, pues somos proyecto, impredecibles e inconcluso y por ello vivimos ilusionadamente intentado de descubrir quiénes vamos a ser. Por lo tanto, la ilusión es la circunstancia, el ingrediente de la vida que nos enseña, desde nuestra condición amorosa, a amarnos a nosotros mismos como persona ilusionada que no queda definida por lo que tiene sino por lo quien es.
Por otra parte y creo que aquí se refleja claramente la necesidad del hombre, es en el hecho de que necesitamos amigos. Esas tertulias y charlas en las plazas o en lugares de reunión se van perdiendo, aunque, en ocasiones, esas relaciones no fuesen estrictamente personales, pero dotadas de una fuerte ilusión por la espera impaciente del tiempo de compartir experiencias u opiniones.
Esa ilusión era producto de una relación desinteresada, es decir, no se utilizaba al contertuliano o amigo para conseguir un determinado fin, sino que era el tiempo para exponer, comparar e incluso critica las opiniones de cada uno.
Ahora bien, la amistad como relación personal, son las circunstancias que se dan y por las cuales dos vidas quedan entrelazadas. Al verdadero amigo se lo incluye en el proyecto vital y nos integramos en el suyo, nos ponemos en su lugar, intentamos comprenderle, lo esperamos con impaciencia, queremos compartir con él nuestras cosas, vemos la necesidad de proyectarnos con él hacia el futuro que nos espera.
Cosa distinta es la que ocurre hoy en día con la relación maestro-discípulo, ha pasado de ser una relación de amistad a una relación profesional entre profesor y alumno. La relación se despersonaliza de tal modo que, a veces, el profesor ni siquiera sabe cómo se llama el alumno, y todo ellos porque la docencia, con el paso del tiempo, se ha ido convirtiendo en profesión, ejercidas por personas no ilusionada; a su vez el alumno también ha ido perdiendo la ilusión por el maestro, porque tan sólo llegamos, escuchamos y salimos y no caemos en la cuenta de las pretensiones e ilusiones de la persona que se supone que nos está preparando para salir al mundo.
Otro tipo de ilusión es la que provoca la belleza. Según Marías existen dos tipos de belleza: la de fuera a dentro y la de dentro hacia fuera.
La belleza de fuera a dentro es la corporal, la que es conocida por la simple observación, la que nos produce placer, la que se corresponde con las formas a las que consideramos bellas; pero ésta con el paso de los años se deteriora y puede hasta desaparecer. La consideramos como conocida, es decir, que con un golpe de vista la analizamos y la valoramos.
La belleza de dentro a fuera es algo más especial, es la manifestación de ese quien irrepetible que, a veces, nos llega a enamorar. Nunca es conocida en su totalidad, para nosotros es un misterio que vamos desvelando poco a poco y nos va proporcionando una infinidad de ilusiones.
Esa belleza interior es la que, a menudo, nos hace sentir el amor; el amor va unido inseparablemente a la ilusión, si no no es justamente amor; pero la ilusión no es amor.
El amor es esa forma de vivir ilusionadamente junto a otra persona. Es estar en un contínuo proceso de descubrimiento de la persona amada, es ser cómplices en una vida y en un proyecto común en el que confluyen los aspectos de la vida de ambos y, por todo ello, se siente ilusión, pero todavía más, se siente ilusión por la ilusión del compañero.
Entonces caemos en la cuenta de que estamos enamorados y de que vivimos enamorados. Se caracteriza por su continuidad y por la constante atención que merece para evitar el peligro de llegar a la desilusión. Es también una forma de ilusión, porque el que vive en el enamoramiento sin ilusión, no está verdaderamente enamorado.



LA ILUSIÓN EN LA PRESENCIA Y EN LA AUSENCIA.



La ilusión es proyecto, se refiere a lo que está por venir pero que aún no está presente. Eso que está latente es lo que pretendemos anticipar porque para nosotros es un misterio, no es conocido y, por tanto, de ello surge el deseo por saber, por descubrir lo que se muestra lejano.
El querer saber sobre algo que se nos muestra oculto nos proporciona ilusión; ilusión como proyecto de anticipación de lo que va a ocurrir, por el objeto o persona que lo produce, por el tiempo de espera, etc.
Aspectos muy importantes de ella son el gusto o el placer, pero esto no constituye en sí la ilusión, porque el placer lo da las cosas presentes, pero la ilusión caracterizada por su continuidad y duración nos sumerge en un estado en el que lo no presente es lo que le da la vida. Pero cuando hemos conseguido nuestro objetivo, hemos alcanzado nuestra ilusión, no se desvanece porque nuestra realidad es cambiante y nosotros también y de eso que está presente emergen continuamente nuevos aspectos que intensifican la ilusión.
Así pues, la presencia no significa el fin de la ilusión, sino que una vez instalados en esa realidad, vamos descubriendo cosas que antes no habíamos visto y se nos muestra como algo atractivo, algo de lo que no nos cansamos porque conforme la vamos desvelando nos produce bienestar.
Pero a menudo, cuando la ilusión se hace presente, nos desilusionamos, y no sólo porque ésta no se corresponda con nuestras expectativas, sino porque no le damos un sentido dentro de la vida personal, no sabemos qué pretendemos de ella. En este último caso, si la ilusión no es algo competente en nuestra persona, no sentimos el deseo de descubrirla, de saber de ella porque no le encontramos su significado o la influencia que puede tener sobre nosotros.
Por eso, la ilusión como proyecto personal, afecta a nuestro futuro, a quienes vamos a llegar a ser, porque en el vivir ilusionado es donde podemos comprender la trayectoria que libremente hemos elegido. Pero ese futuro lejano nos tiene que dar una cierta seguridad para intentar llegar a él, se tiene que presentar como algo que realmente podemos conseguir; ahí se pone en juego nuestra imaginación, tanto para reproducir o crear imágenes que nos llenen de ilusión, que nos incite a proyectarnos en esa realidad que no está pero que estará.
También el recuerdo del glorioso pasado, de lo que he tenido y no tengo, produce ilusión. No debemos confundir lo pasado con la desilusión, porque lo que ya no está nos ilusiona; en primer lugar porque ésta es duradera y contínua (si es verdadera ilusión) y ajena al paso del tiempo. En segundo lugar porque recordar los buenos momentos provoca satisfacción y en tercer lugar, porque en el caso de que las circunstancias pasadas no hayan sido favorables, las del presente si y esperamos que las del futuro sean todavía mejor.
La pérdida de la ilusión se puede deber a la frustración de la vocación como, por ejemplo, un atleta que se queda paralítico. Y no sólo la pierde por el estado en el que ha quedado sino que de pronto ve como todos sus proyectos se derrumban ante sus ojos. Pero como la ilusión forma parte de la condición humana, con el paso del tiempo aprenderá a vivir en sus nuevas circunstancia y se propondrá nuevos retos que conseguir, todo ello proyectado con la ilusión.
Por último, el estar ilusionado ha requerido la aparición de una palabra que designe esa acción: ilusionarse. Fijémonos en que es un verbo pronominal, es decir, me ilusiono yo en mis circunstancias, son mis ilusiones personales y originales. Pero así no queda claro el significado de la ilusión, porque la podemos interpretar desde su viejo sentido de engaño y esto hace que aparezca el verbo desvivirse (también pronominal). Desvivirse es esa lucha constante que emprendemos para conseguir la ilusión nos empeñamos en alcanzarla y así nos damos cuenta de su importancia y de nuestra condición amorosa que nos hace seguir hacia delante.

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