“¡Dadles vosotros de comer!”. Ante la imposibilidad humana de hacerlo, el Señor hizo el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, pero lo hizo no haciendo surgir los alimentos de la nada o haciendo que las piedras se transformaran en manjares, sino multiplicando lo que la solidaridad de los discípulos había aportado. Sin esa aportación mínima, el milagro no se habría producido. Lo mismo nos sucede a nosotros ahora. Contemplamos cómo a nuestro alrededor sufre la gente –el hambre que afecta a Somalia, por ejemplo- y le pedimos a Dios que intervenga. Incluso alguno hasta se enfada con el Señor culpabilizándole de las desgracias que afligen a los hombres. Sin embargo, pocos son los que se preguntan: “¿Qué estoy haciendo yo”. Pues bien, esta pregunta es la que debemos hacernos esta semana: “¿Qué estoy haciendo yo para que las cosas cambien o al menos para que mejoren?”. Alguno podrá aducir que él no tiene nada para dar y es posible que eso sea verdad en lo que respecta a las cosas materiales. Sin embargo, todos podemos y por lo tanto todos debemos dar siempre no sólo algo sino mucho. Incluso en las cosas materiales, podemos dar más de lo que creemos. Por ejemplo, en Latinoamérica es muy frecuente que los católicos se acerquen a la Iglesia –a las parroquias o a los movimientos- para pedir, pero cuando se hacen protestantes dan el diezmo de lo que tienen y lo hacen con alegría. Gracias a ese diezmo, esas comunidades evangelizan por ejemplo a través de los medios de comunicación. Hay, pues, que cambiar de mentalidad. En vez de preguntarte qué puedes sacar de tu parroquia o de la familia espiritual a la que perteneces, pregúntate qué puedes hacer por ella. Y no te excuses diciendo que lo poco que tienes lo necesitas para ti y que sólo darás cuando te sobre, porque los que dieron aquellos pocos panes y peces con los cuales el Señor hizo el milagro dieron todo lo que tenían.
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