martes, 2 de agosto de 2011

La Aventura de Mejorarnos

Las peleas entre Bette y Joan Crawford
“Bette regresó a Hollywood en 1961 de la mano de Frank Capra en el filme «Un gánster para un milagro», en el que daba vida a una vieja vendedora de flores. El filme no era precisamente el mejor de este gran director y no faltaron las lenguas de doble filo que se apresuraron a destacar el hecho de que ahora Bette ya no necesitaba maqui­llaje para interpretar este tipo de papeles.

Sin embargo, el peor enemigo de Bette fue el protagonista del filme, Glenn Ford. Las peleas con él fueron constantes y se ini­ciaron cuando Ford declaró a la prensa que él mismo había solicitado que Bette trabajase en el filme como agradecimiento por la oportunidad que ella le había dado años antes. Esto era men­tira y Bette montó en cólera. «¿Quién es ese hijo de perra que se ha atrevido a decir que ha ayudado a que me llamasen de nuevo? -aulló-. ¡Ese tío de mierda no me hubiera ayudado ni a salir de una cloaca! ¡Jamás debí volver a Hollywood! ¡Os odio a todos! ­¡Debo de haber estado loca al volver!»

Poco antes de terminar la película, la madre de Bette, Ruthie, murió de forma inesperada. Aunque ambas se habían distanciado bastante en los últimos años, Bette lamentó profundamente la muerte de su madre, aunque, todo hay que decirlo, dejar de mantener el costosísimo ritmo de vida de Ruthie debió ser todo un alivio para su maltratada economía.

Aparte de la muerte de Rut­hie, Bette debió afrontar el dolor que significó una nueva disputa con Merrill. La actriz reclamó a los tribunales que se le retirara a su ex marido el derecho de visita sobre los niños. Bette acusó a Merrill de ser «borracho y albo­ratador» y de mostrarse incapaz de «comportarse decentemente ante la familia». Alegó que Merrill se había mostrado borra­cho y violento con los niños y de haber utilizado la violencia física con ella; de que su casa de Cali­fornia estaba sucia y descuidada, de ser holgazán y de tener rela­ciones con una mujer con la que no estaba casado. Eran los tristes restos de lo que había sido un gran amor.

Su último gran éxito

La oportunidad se la propor­cionaría Robert Aldrich, un dinámico director de robusta apariencia y maneras amables. Aldrich había tenido la idea de reunir a Bette y a Joan Crawford en un agobiante y barroco filme sobre dos antiguas estrellas de cine que vivían juntas en una casa de Ca­lifornia. La película iba a llamarse «¿Qué fue de Baby Jane?».

Bette dudaba de su participa­ción en el filme. Sabía que Joan Crawford le envidiaba su talento y que, además, había estado ena­morada de ella. Finalmente, llamó a Aldrich a Nueva York y le dijo: «Voy a hacerle dos pregun­tas. Si me responde sinceramente, haré la película. ¿Se ha acostado alguna vez con Joan Crawford?»

Aldrich se lo pensó un instan­te y respondió: «No porque miss Crawford haya dejado de intentarlo.» ­

«Le creo -respondió Bette-. Vamos a dejar la segunda pregunta.» Evidentemente, ésta era si Aldrich iba a favorecer a su rival en la película.

Pese a haber aceptado, Bette llegó al rodaje de lo más recelosa. Jack Wamer se portó bien con sus dos antiguas estrellas e hizo lo posible para que se sintieran nuevamente cómodas en su antigua productora. Con todo, el trato ya no era el mismo de antes y ni Bette ni Joan tenían el control de antaño sobre el filme ni la posibilidad de retrasar a su antojo el rodaje. Además, Aldrich distaba mucho de ser un director servil y las trataba a ambas sin, complejos.

Durante la filmación de «Baby Jane», Joan Crawford volvió al ataque con Bette y empezó a mandarle nuevamente regalos. Bette le envió una nota diciéndole que no lo hiciera, pues ella no tenía tiempo de salir y comprar algo con que corresponderla. Crawford se enfureció y pasó de ser una rendida admiradora, a una feroz enemiga. Se convirtió en un monstruo y descargó su fu­ria en su desdichada hija adoptiva, Christina. Con Bette se comportó para siempre de una forma glacial y condescendiente que a ella le hacía poner furiosa.

Pese a todo, las dos estrellas se comportaron bastante bien en los platós. Jamás se pelearon y no utilizaron los típicos trucos para ponerle la zancadilla a su rival. El resultado fue dos interpretaciones magníficas y un filme tan barroco como estimable.

Después de «Baby Jane», Bet­te insertó un anuncio en la revista «Variety» que se haría famoso. Decía así: «Busca empleo actriz. Madre de tres -;" 10, 11 y 15 años-. Divorciada. Americana. Treinta años de experiencia en el cine. Capaz aún de moverse y más afable de lo que dicen los rumores. Desea empleo estable en Hollywood (estuvo ya en Broad­way). Bette Davis. c/o Martin Baum G. A. G. Referencias so­bre la demanda.»

La impresión general en Hollywood fue la de que Bette estaba acabada, por lo que la broma podía haberle costado muy cara. Por suerte, el éxito de «Baby Jane» y de su libro de memorias la rescataron sin mayores problemas. Su mayor dolor de cabeza fue la operación de vari­ces a la que tuvo que ser sometida B. D.

Pronto, Bette tendría que afrontar una nueva batalla legal contra Gary Merrill: Este insistía en poder ver a Michael y negaba las acusaciones de borracho y violento que Bette vertía sobre su persona. Pese a la virulencia de los ataques de su ex esposa y a que la misma B. D. declarase contra él, Merrill acabó ganando el juicio y obteniendo el derecho de ver a Michael, aunque se especificaba que debía, estar sobrio y que no podía sacar al niño de California sin el permiso de la madre.

La primera vez que Merrill fue a buscar a Michael, Bette le cerró la puerta en las narices y se negó a dejarle ni tan solo hablar con él. Al final tuvo que ceder por imposición de la ley.

Bette fue nuevamente desairada por la Academia cuando ésta no le concedió el Oscar por su trabajo en «Baby Jane». Ella es­taba convencida de que iba a obtenerlo y fue un golpe duro. Quien sí se alegró fue Joan Crawford. Joan no había estado nominada, pero había pactado con las otras actrices que subiría a recoger el premio si ellas no podían estar en la gala. Cuando el presentador leyó el nombre de Ann Bancroft, Joan pasó majestuosamente por delante de Bette y exclamó: «Ajá!» Furiosa, Bette se marchó a Europa a promocionar la. película. En Inglaterra fue nuevamente recibida de forma increíble por sus miles de admiradores. B. D. (que había interpretado un pequeño papel en la cinta) la acompañó. Sería duran­te este viaje cuando le daría a su madre una sorpresa mayúscula.

B. D. se casa

B. D. había conocido a Jeremy Hyam, hijo de un importante productor de Hollywood, y se ha­bía enamorado de él desde el pri­mer momento. Cuando le anunció a su madre su intención de casarse con él, Bette se sintió terriblemente herida. Sólo tenía 15 años y pensaba que todavía no estaba preparada. Además, no quería que su niña se apartara de ella. Sin embargo, encajó el gol­pe como buena perdedora que era y, tiró la casa por la ventana para pagar los gastos. Lo cierto es que Bette se equivocó, porque B. D. Y Hyam resultaron ser una magnífica pareja que supo man­tener sólidamente su unión.

Bette contrató al detective Michael Parlow para que siguiera a Merrill y le proporcionara nuevas pruebas contra él. El detective le informó de que su ex marido dejaba a Michael solo por las noches para irse de juerga por los bares de la zona. También le dijo que conducía bebido con el niño al lado y que había hecho el amor con una mujer en la habi­tación contigua a la del pequeño. Bette volvió a la carga en los tri­bunales, pero de nuevo los jue­ces fallaron a favor del padre, que seguía negándolo todo y acusando a Bette de persecución. La actriz casi se volvió loca de indignación cuando fue nuevamente derrotada.

Para pagar los gastos de la boda de B. D., aceptó 125.000 dólares por hacer de madre de Susan Hayward en «A dónde fue el amor». Durante el rodaje sucedió algo curioso. Bette le cogió ojeriza a Susan porque pensaba que la trataba de forma condescendiente y altiva. Lo que en realidad ocurría es que Susan Hayward era una persona tímida e insegura, a quien asustaba trabajar con una actriz tan grande como Bette. Lo cierto es que nin­guna de las dos pudo tragar ja­más a la otra.

Por dinero, Bette aceptó una nueva oferta de Robert Aldrich para rodar «Canción de cuna para un cadáver» al lado de Joseph Cotten y... Joan Crawford.

Desde el primer momento, Joan se comportó de manera más insoportable que nunca. Había tanto odio entre las dos que Bette se negó en redondo a hacer escenas junto a Joan Crawford. Le dijo a Aldrich que tendría que utilizar una doble y rodar con una de las dos de espaldas. Lógicamente, Aldrich se negó.

Por suerte, Joan no pudo aguantar tanta tensión, se puso enferma y tuvo que ingresar en un hospital. Bette rápidamente propuso a Vivien Leigh como sustituta, pero la protagonista de «Lo que el viento se llevó» re­chazó la oferta diciendo: «Podría quizá mirar el rostro de Joan Crawford a las siete de la maña­na en una plantación del Sur. ¡Pero desde luego no podría mirar al de Bette Davis!» A Bette, esta frase no le hizo ninguna gracia.

Finalmente, Crawford fue sustituida por Olivia de Havillind, vieja amiga de Bette a quien hacer de mala no le gustaba en exceso. Aceptó para poder trabajar de nuevo con dos viejos compañeros.

Bette y Olivia disfrutaron trabajando juntas y recordando viejos tiempos. Sin embargo, valgan estas dos anécdotas para ver cómo son algunas veces las estrellas. En el filme había una escena en la que Olivia tenía que abofetear fuertemente a Bette. La noche antes de rodarla, Bette le dijo a Aldrich: “Naturalmente, utilizará a mi doble.” El director se indignó. «¿Qué mierda dices, Bette? ¡La escena la harás tú!» La actriz respondió tajantemente: «Por nada del mundo la haré. Como tampoco lo habría hecho con Crawford. ¡Olivia, a la que adoro, hace veinticinco años que espera para darme una bofetada!»

Cuando se estrenó el filme, Bette y Olivia fueron juntas a la gala. Al terminar, Davis se volvió a su vieja amiga y le dijo con un terrible tono de admiración: «¡Querida, estuviste magnífica! Hasta te las arreglaste para mantener la atención del público cuando yo no estaba en la pantalla»

Pese a que «Canción de cuna para un cadáver» no era ni mu­cho menos tan buena como «Baby Jane», el trabajo no escasearía para Bette después de la misma. La actriz iniciaría una etapa plácida de su vida. A sus más de 50 años tenía dinero, una cómoda aventura amorosa con un rico editor y una bonita casa en Connecticut llamada «Two Bridges» donde podía sentirse a gusto. Se dedicó a disfrutar del tiempo libre, a arreglar la casa y a recibir las frecuentes visitas de B. D. y su esposo, de Michael y de Margot en las fiestas señaladas. Fue feliz en su casa, vestida con tejanos y camisas amplias y saliendo de allí sólo para intervenir en algunos programas de tel­evisión.

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