Economía de la felicidad, de Manuel Castells en La Vanguardia
OBSERVATORIO GLOBAL
    Cuando hace dos meses Ben Bernanke, el presidente del Sistema de  Reserva Federal de Estados Unidos, clausuró el curso de la Universidad  de Carolina del Sur, eligió hablar sobre la economía de la felicidad.  Podría parecer una frivolidad cuando aún atravesamos la crisis económica  más profunda desde hace medio siglo. En realidad, se situaba en una  corriente creciente de académicos, políticos y empresarios que están  tomando en serio lo que las encuestas muestran sistemáticamente: a la  gente lo que le importa es ser feliz, aunque luego cada uno lo entienda a  su manera. 
-Ni el dinero hace la felicidad ni tampoco la compra. 
   Hasta el punto de que hace un año Sarkozy reunió una comisión liderada  por premios Nobel para proponer la creación de un índice de desarrollo  basado en el concepto de felicidad. De hecho, con 37 años de retraso con  respecto al primer país que decidió cambiar su medida del progreso  sustituyendo el cálculo del producto nacional bruto por el índice de  felicidad nacional bruta: Bután (si le falla la geo-historia, mírelo en  Wikipedia). Propuesto en 1972 por el rey Jigme Singye Wangchuk, se  convirtió en el parámetro de desarrollo multidimensional del país, sobre  la base de combinar cuatro objetivos fundamentales: 
-un desarrollo económico-social sostenible y equitativo, en el que el crecimiento revierta en beneficios sociales para la población; 
-la conservación estricta del medio ambiente natural; 
-la preservación y promoción de la identidad cultural butanesa; 
-el buen gobierno garante de la estabilidad institucional y social sobre la que se basa la armonía de la vida cotidiana. 
El  índice nacional de felicidad se alimenta de principios budistas  enraizados en la historia y cultura del país, pero su aplicación puede  extenderse a cualquier país o región que acepte la armonía como  principio de organización social. Desde entonces, el concepto se ha  perfeccionado en Bután, país que se relaciona con la globalización sólo  en la medida en que contribuya al incremento de su felicidad.  Recientemente ha puesto las tecnologías de información y comunicación al  servicio del proyecto. Esta nueva perspectiva de contabilidad nacional  se ha extendido por todo el mundo, con influencia creciente del Centro  de Estudios Butaneses en numerosas conferencias internacionales, en  particular en Canadá y en Brasil.Existen índices comparados de niveles  de felicidad que usted puede encontrar en internet y que muestran que  Bután, país pobre de 700.000 habitantes, se sitúa entre los 20 primeros  países por nivel de felicidad. Claro está, el problema es cómo se mide. Y  aquí los butaneses y sus amigos internacionales no están solos. Hay una  investigación académica creciente sobre el tema, con verdaderas  innovaciones metodológicas. 
En buena parte, se basa en medidas subjetivas, como en los diarios personales diseñados por el premio Nobel Daniel Kahneman o  resultantes de las encuestas especializadas. También se introducen  datos estadísticos de desarrollo humano. La combinación de ambas fuentes  se hace en una perspectiva holística de no privilegiar la dimensión monetaria  sobre las demás. A partir de estas comparaciones, sabemos cosas  interesantes. Así, los ricos suelen ser más felices que los pobres, pero  los países ricos no son más felices que los pobres. Por ejemplo, en Costa Rica son más felices que en Estados Unidos. 
-Porque la felicidad depende por un lado de las expectativas y por otro de la estabilidad de la vida. 
Procesos  de rápido crecimiento disminuyen la felicidad al desorganizar la trama  cotidiana. Carol Graham, de la Brookings Institution, ha investigado el  tema en muchos países y encontró como factores clave de felicidad una vida personal estable, afectividad satisfactoria, buena salud y un nivel suficiente de ingresos (pero  no demasiado alto, porque ahí empiezan los problemas). Pero también  señala que la felicidad es la que ayuda a la buena salud.
   De la investigación existente sobresalen dos temas: la sociabilidad y la adaptabilidad. Cuantas más redes familiares y sociales,  más feliz es la gente. De hecho, las empresas de comunicación ya han  identificado este hecho como el determinante del éxito de redes sociales  en internet. Cuanto más internet, más sociabilidad, tanto virtual como  presencial. 
.....Y cuanta más sociabilidad, más felicidad.
La  búsqueda de comunidad es un elemento esencial para restablecer el  equilibrio psicológico. Algunas políticas sociales, por ejemplo en Canadá,  están utilizando esta perspectiva para organizar actividades para los  parados que generen redes de relación social y de autoestima cuando  falla el entorno laboral. Por otro lado, la adaptabilidad humana parece  gestionar condiciones de desequilibrio mediante mecanismos de  compensación en el comportamiento. 
Bernanke cita un párrafo revelador de Adam Smith:
“La  mente de cada persona, en tiempo más o menos largo, vuelve a su estado  usual y natural de tranquilidad. En la prosperidad, al cabo de cierto  tiempo, baja al nivel en el que estaba; en la adversidad se eleva a su  nivel habitual”.
 Esta  afirmación, refrendada por la investigación en psicología económica,  explicaría la relativa calma social en situación de crisis: todos acabamos adaptándonos a lo que no parecía soportable en otras condiciones. 
Pero  es precisamente esa capacidad de contento interior lo que conduce a una  armonía que depende de nosotros y no del valor de la vida medido en  dinero. 
Y es que, en último  término, desde la economía clásica la idea era servir a la felicidad del  ser humano. Lo que ocurrió es que ante la dificultad de medirlo, el  concepto se mutó en utilidad y se le asignó el precio como criterio de  medición. La consecuencia fue una personalidad truncada en la que el  acto de consumo individual no podía dar respuesta a otras necesidades no  tratables por el mercado, desde los afectos hasta los bienes comunes  (como la naturaleza). Al contrario, la huida en el consumo acentúa los  desequilibrios psicológicos.
Por  ello, no es casual que cuando falla el mercado nos quedemos vacíos.  Pero ese vacío se va llenando con nuevas prácticas de vida a las que se  refiere esa nueva rama de la investigación, síntoma de profundo cambio  cultural: la economía de la felicidad. 
 
 

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