miércoles, 24 de noviembre de 2010

Vivir Bienaventuranzas

Felices aquellos que no tienen amarrado el corazón al dinero ni a las cosas.

Felices aquellos que se preocupan cuando alguien sufre.

Felices aquellos que son amables con los demás.

Felices aquellos que trabajan para que seamos más hermanos y compartamos las cosas.

Felices aquellos que prestan ayuda a los demás.

Felices aquellos que tienen un corazón noble y honrado.

Felices aquellos que trabajan para construir la paz.

Felices aquellos que son perseguidos por construir la hermandad y la igualdad entre todos.

Todos estos serán llamados hijos de Dios.

Al entrar en la sala, bromeando un poco me preguntabais que cuántas eran las bienaventuranzas: ocho, diez o cuántas. Yo creo que hay una nada más. Lo mismo que Jesús nos dice Os doy un solo mandamiento: que os améis unos a otros, el mensaje del Evangelio es LA bienaventuranza, La Buena Nueva. Creo que cualquier parte del Evangelio que quisiéramos llevar a la vida tendríamos que recibirlo como un mensaje de esperanza, de alegría, de felicidad. Felices los que... A veces complicamos las cosas, porque el Evangelio tiene una línea muy clara –que, evidentemente, hay que ir concretando cada día-; pero hay una sola línea. En el fondo, a mí me ha llamado la atención y he experimentado día a día, en los más de treinta años que llevo en Vallecas que en la oración de Jesús que dice Padre, te doy gracias porque estas cosas las has ocultado a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla; gracias porque así te ha parecido bien; hay una verdad profunda. La gente sencilla entiende el Evangelio de una manera especial. No se complica. Nosotros enseguida nos preguntamos: y esto, ¿qué querrá decir?. Hacemos interpretaciones y buscamos a los exegetas, aunque en absoluto rechazo a los que hacen esos estudios, que nos proporcionan una buena base para poder entender el Evangelio. En el fondo, la gente sencilla lo entiende y lo vive. Por eso, el contacto con la gente muy sencilla, sin estudios –porque, por desgracia, en el barrio en el que vivo raro es que el pasa de los estudios primarios-, nos ayuda a entender las cosas importantes en la vida. Como estoy hablando ante un grupo de creyentes que nos tomamos en serio seguir a Jesús, os digo que hay una cosa que cambia mi vida, la frase de Jesús: Oye, sígueme. Los discípulos están en sus barcas y Jesús les dice: Tú, sígueme. Y luego a Pedro: Tú, sígueme. Yo, a lo largo del tiempo he sentido que Jesús me decía: Tú, sígueme. Me lo dijo hace tiempo, muchas veces no entiendo ni cómo ni por qué. Y uno va, poco a poco, intentando responder, intentando decir que sí, intentando cerrar los ojos y decir: pues venga, aquí estoy. Es bueno que cada uno de nosotros pensemos si hemos escuchado esa palabra del seguimiento. Si, de verdad, sentimos que Jesús de Nazareth nos dice: Oye, tú, ¿me estás siguiendo? Creo que es bueno repasar esa lectura del Evangelio en la que Jesús me invita, me llama. Nos dice que nos tomemos en serio su palabra y que lo sigamos día a día. Y ese seguimiento se va concretando, va cambiando.

Yo soy marianista, entré en el noviciado a los dieciocho años, y por ahora sigo aquí, llevo 51 años. De ahí puedo contar muchas cosas, la visión de la vida, la visión de la vocación, la visión del seguimiento de Jesús va cambiando. No soy el mismo de los dieciocho años, ni el mismo de los treinta, ni el mismo de los cincuenta. Me ordené a los treinta y tres. ¿En qué va uno cambiando? Pues no lo sé. Hay momentos en los que Dios te va llevando de un lado para otro. Tuve la suerte de estudiar la teología en Friburgo justo cuando acababa el Concilio, de 1964 a 1969. En esos años todo se renovaba, y eso me impactó. Después estuve un año en Bélgica, donde recibí también muchos impactos del mundo de los pobres. Me pareció una cosa central del Evangelio, y pensé que había que estar ahí. Sabéis que los marianistas tenemos el colegio del Pilar y el del Niño Jesús, que son colegios grandes, pero se va uno convenciendo, ya que uno ha entregado la vida en el seguimiento de Jesús, de que si Jesús vivía pobre y vivía entre los pobres... Entonces, cuando volví de allí les dije a mis superiores que quería irme a un sitio sencillo, pobre; no se trataba tanto de una parroquia como de convivir con gente sencilla. Dijeron que ni hablar, que yo tenía dos carreras y que no se podía desperdiciar todo lo que había estudiado. Estuve entonces cuatro años en el Colegio Mayor Chaminade, y al final el nuevo Provincial me mandó a Vallecas hace ya treinta y un años.

Desde la convivencia con gente sencilla se aprende muchísimo. Me gustaría comunicaros cosas aprendidas ahí. Creo que ese seguimiento de Jesús es tan importante que es lo que te da fuerza para tirar para delante. Recuerdo una anécdota, cuando celebraba los veinticinco años de la primera profesión con un compañero mío le dije: esto es un misterio, nosotros seguimos aquí y hay otros que eran gente estupenda y lo han ido dejando. Y él me dijo que no, que el misterio no era que otros se fueran, sino que siguiéramos nosotros. Yo creo que ahí hay un misterio fuerte de la gracia de Dios que nos está sosteniendo a todos: todos tenemos que escuchar esa llamada de Jesús, cada uno en su vocación, que nos dice: tú, ¿me sigues? Evidentemente hay momentos en que decimos: dura es esta Palabra, ¿quién puede seguirla? Pero hay otros en que haremos como Pedro y diremos: sólo tú tienes palabras de vida, sólo tú me haces vivir. Creo que ésa es la experiencia: el seguimiento es fe y la fe por un lado es don, por otro un trabajo, un esfuerzo, y las dos cosas se juntan, y en cada momento te vas apoyando en las experiencias anteriores, y entonces merece la pena ese seguimiento en que puedes decir, sí, tú tienes palabras de vida eterna. Y aquí pasaría la bienaventuranza, porque en el fondo todas esas palabras de vida eterna del Evangelio empiezan por “felices”. El Reino de los cielos es semejante a una persona que encuentra una perla, deja todo lo que tiene y lleno de alegría la compra. El Reino de los cielos es semejante al mercader que encuentra el tesoro y, lleno de alegría, observa que lo demás pierde valor para él. Tenemos que experimentar eso; de otro modo será difícil poder sentir que el evangelio es una bienaventuranza, que está diciendo “felices vosotros cuando me seguís”. El que tuvo interés en buscar a Jesús y conocerlo, cuando Jesús dice tengo que cenar contigo, lleno de alegría, lo recibió en su casa y repartió la mitad de sus cosas con los pobres, lleno de alegría les devolvió lo que les había robado. Mientras que el otro chaval que quería saber qué hacer para ganar la vida eterna, cuando Jesús le dice, mira ahí están los pobres; vende lo que tienes, dáselo y tú sígueme, tristemente se fue retirando. La dualidad tristeza-alegría está tan fuerte en el Evangelio... que la tenemos que sentir dentro. ¿El seguimiento de Jesús me produce alegría? ¿Me produce la sensación de que “esto es vida” (he venido para que tengáis vida y vida en abundancia)? ¿Puedo decir “esto es vida”? Esos son los supuestos de cualquiera de las bienaventuranzas en que podemos pensar, viendo si el Evangelio es para nosotros una llamada, una invitación, un momento importante de escucha de la llamada de Jesús que me pone en marcha y me hace experimentar que esto merece la pena: el que busca su vida la pierde, el que pierde su vida por el Reino la encuentra. El sentido de las bienaventuranzas es encontrarle el sentido al seguimiento de Jesús en todo. Porque las ocho bienaventuranzas, o las diez, son distintas facetas de nuestra vida en que se va produciendo ese seguimiento.

Todo esto, que parece tan bonito, hay vivirlo en un mundo difícil, delicado, violento, de tensiones; en un mundo de a ver quién puede más, quién tiene más, quién es más fuerte, quién logra asegurar más su vida. La llamada de Jesús contrasta así con otras llamadas que tenemos dentro y también fuera, que también nos solicitan y nos obligan a tomar postura y a buscar. Quería sobre todo hablar de dos bienaventuranzas. La primera, felices los limpios de corazón. Lo que voy a decir se lo debo a Jon Sobrino y a uno de sus libros, y tiene relación con ser honestos con la verdad y con la realidad. No queremos ver las cosas como son; Jon Sobrino habla de honradez con lo real, con lo verdadero, con lo que está pasando. Y eso es limpieza de corazón: no tener un corazón doble, transparencia, al pan, pan... ¿Qué está pasando con la verdad y con las cosas como son? ¿No os parece que cada uno vemos la realidad según el cristal con que miramos? Y sin embargo la realidad es una. Tendríamos que hacer un esfuerzo grande –especialmente importante en las comunidades- para encontrar lo más objetivamente posible la realidad de las cosas. Jesús se conmovía –Mt 9- al ver a la gente porque estaban despistados, como ovejas sin pastor. Y sentía la situación difícil de la gente.

Los limpios de corazón tienen mucha relación con otros bienaventurados, los misericordiosos. Los que tienen un corazón noble y honrado son los limpios de corazón, y misericordiosos los que prestan ayuda a los demás porque se conmueven desde el fondo de las entrañas. Jon sobrino tiene otro libro, El principio misericordia, queriendo hacer el paralelo con El principio esperanza de la filosofía de Bloch. Y dice que lo que tiene que mover el mundo ahora es la misericordia, que nuestro corazón se conmueva desde las entrañas como se conmovía Jesús y como se conmovió el samaritano, que al ver al que estaba medio muerto en el camino, movido a misericordia desde el fondo de las entrañas, se detuvo y todo lo que conocéis después. La situación de ver desde lo profundo es lo que nos permite también ser limpios de corazón, y no querer ocultar la verdad del dolor de los demás. Muchas veces no lo queremos ver; ante una tragedia como el tsunami, o un terremoto, todos nos conmovemos e intentamos ayudar. Pero, ¿y lo que está pasando día a día? Ante lo que nos resulta trillado cerramos los ojos. Y la realidad habla, la realidad nos dice, nos interpela continuamente. ¿Hasta qué punto nuestra respuesta es cerrar los ojos, taparnos los oídos, “déjame tranquilo, que ahora tengo otras cosas que hacer”? El seguimiento de Jesús obedecerá a ser fieles a esa realidad porque si no, ¿a qué lo seguimos? ¿A algo meramente interior? No, será a tomar posturas ante la vida, a ver cómo nos compromete la realidad de los demás, como nos exige respuestas. Evidentemente, podemos no enterarnos de lo que está pasando, pero los que hemos escuchado la llamada de Jesús tendríamos que intentar sentir con los sentimientos de Jesús, como decía Pablo en su carta a los Filipenses, que siendo igual a Dios se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Luego Dios lo exaltó, pero ese descenso hasta el final es fundamental, y obediente al Padre, sí, pero también a la realidad, al sufrimiento de los demás y a su grito... llegando hasta la cruz. Y por eso ahí encontró vida, sentido y triunfo. (Nota: la cita se refiere a Flp 2, 5-11). Siendo sinceros, yo creo que hay una ceguera culpable: no quiero ver, no quiero escuchar... Es verdad que muchas veces no sabemos qué hacer; yo tampoco puedo decíroslo, porque no lo sé, pero cada uno tenemos que intentar ser sinceros con la verdad que se nos mete hasta dentro, con nuestras entrañas que se conmueven y con la respuesta que tenemos que dar. ¿Hasta dónde? No tiene límite, no sé hasta dónde, cada uno verá. No se trata de quijotadas, sino de respuestas concretas, reales y verdaderas, de ver con toda sinceridad qué podemos hacer. Hay que dejar hablar a la realidad, que se hace palabra y nos está diciendo cosas. Es Palabra de Dios, y escuchar a Dios a través de la realidad es importantísimo.

Sólo he tenido dos ocasiones de estar en Latinoamérica. La primera, en Nicaragua en los años ochenta. Habían ganado los sandinistas, y el pueblo tenía una esperanza fenomenal. Había entonces muchos slogans del tipo “entre cristianismo y revolución no hay contradicción”. Sabéis que con los sandinistas había tres ministros sacerdotes en el gobierno, porque se había descubierto desde el punto de vista cristiano que había que acercarse al pueblo. Yo por lo menos lo viví también así los dos meses que estuve allí. Y cómo había comunidades de base que vivían diciendo “tenemos que dar vida aquí”. Un campesino me decía que estábamos tocando el Evangelio, porque Jesús había dicho he venido a que tengáis vida y vida en abundancia, y esa vida se traducía para él en la importantísima campaña de alfabetización que se puso en marcha, en que se abrían centros de salud en pequeños poblados, y cuestiones como la educación o la sanidad son fundamentales para la vida de un pueblo. Se funcionaba en cooperativas, el campo se repartió... Luego todo eso se vino abajo, demasiado abajo como sabemos. Otro verano estuve en Guatemala con otro marianista y otros sacerdotes y comprobé lo que ya he dicho antes: por un lado la sencillez de la gente, cómo traduce el Evangelio en cosas muy nobles, muy sencillas y muy reales, cómo no tiene miedo a la verdad, porque la verdad la están sufriendo ellos y están palpando las tensiones y el sufrimiento de la gente. Pero había una solidaridad y fraternidad fenomenales, unas comunidades que me asombraban, una lectura del Evangelio y de la Biblia que me impresionaban teniendo en cuenta que eran gente sin estudios. ¿Y por qué todo esto? Pues porque la vida los lleva a eso. Todos esos ambientes, cuando podemos rozarnos con ellos, nos evangelizan, nos indican el camino, nos enseñan la realidad que nos pide una respuesta.

Una de las cosas que Jesús no aguantaba era la falsedad, la hipocresía. Mt 23 es terrible en este sentido: ¡ay de vosotros...! En agosto, el año pasado en las misas diarias se leía el Evangelio de Mateo, y celebrando misa en un convento de religiosas carmelitas –mi refugio de verano, en Navarra- ¡descubro que en el leccionario oficial se han saltado una frase! ¿Cuál? Pues no puedo citarla exactamente, pero algo que tenía que ver con vosotros hipócritas que con los rezos acaparáis las limosnas de las viudas. (Nota: la cita está en algunas traducciones en Mt 23, 14, y en otras en Lc 20, 46-47). Y me dije que cobrar por las misas de difuntos se parecía a esto. La frase estaba quitada, la liturgia oficial se la ha saltado, y es una anécdota que me recuerda que muchas veces queremos ocultar las cosas que nos molestan. Necesitamos profetas, gente que nos haga ver la realidad, que nos critique a nosotros y que nos proporciones una visión crítica de lo que está pasando. Como estamos tan condicionados por las opiniones de unos y otros, por nuestras opciones de vida, por las cosas que queremos ver... ¿Por qué las normas de obediencia en los partidos políticos? Obediencia al portavoz, al mando... No hay posible crítica. Que en nuestras comunidades por lo menos haya voces críticas, proféticas, que nos hagan palpar lo que está pasando, que nos hagan decir que el Evangelio merece la pena y que nos tenemos que tomar en serio dar respuesta al mundo sangrante que estamos viviendo.

Pensaba hablaros también de que no es posible cambiar el mundo si no es mediante lo que Ellacuría llamaba “la civilización de la pobreza”. Estamos en una civilización –el 20%, el norte- del capital, del beneficio. El mundo se mueve por el beneficio, por el dinero. Qué triste; es verdad, pero entonces, dice Ellacuría, este mundo no tiene solución. Y no la tendrá mientras no hagamos una civilización de la pobreza –para la que las riquezas del mundo sí dan, bajando, claro, el nivel de los que ahora las poseemos, igualando por abajo-, teniendo en cuenta a los que mueren de hambre; mientras que el centro de la civilización no sea la solidaridad, pero sostenida y no en momentos puntuales –cultura de la pobreza solidaria, decía Casaldáliga-, mientras que no caigamos en la cuenta de que el seguimiento de Jesús no nos lleva a un mundo humano, fraterno, si no salimos del círculo vicioso del poder, el tener y el dinero. Tenía más cosas apuntadas, pero creo que es bastante. Una sola bienaventuranza, el seguimiento de Jesús, tomándonos en serio que seremos felices de verdad en una cultura solidaria, trabajando por la paz, teniendo en cuenta que, como a Jesús, la defensa de estas cosas puede acarrearnos ser perseguidos.

Preguntas (no se oyen muy bien, esperamos ser fieles a la esencia de la pregunta)

¿Es necesario igualar por abajo? ¿No sería posible hacerlo por arriba?

Claro, ojalá. Pero no llegamos. Son el 80% los pobres. Vamos a empezar por abajo, veremos si llegamos arriba. Queremos que todo el mundo viva nuestra civilización, la civilización del norte, la globalización económica, pero ésta es “a costa de”, estoy convencido. ¿Qué está pasando en el Congo? Cuatro millones de muertos en los últimos años. ¿Has oído hablar a los periódicos de eso? Desde Uganda, Ruanda, todo ese proceso... Porque son países ricos, no sólo en diamantes sino en un mineral necesario para todas las nuevas tecnologías –el coltan- que sólo se encuentra ahí. Están entrando a saco a acaparar, organizando guerras intestinas para que nosotros nos traigamos este mineral.

¿Cómo vives y sientes las diferencias internas de la Iglesia?

Esta es una de las tensiones gordas que estamos viviendo todos. Hay que tomar postura intentando ser sincero con uno mismo, con lo que buscas, con el Evangelio. Sin pensar que la verdad la tenemos nosotros, tenemos que intentar ayudarnos todos para encontrar la verdad. Convivo en mi barrio con una pastoral muy distinta –mi parroquia limita con otra de un instituto secular muy conocido que tiene un gran colegio en Vallecas-, con planteamientos evangélicos muy distintos, y hemos tenido algún pequeño encontronazo. Cada uno vivimos una cosa; de la última reunión que tuvimos juntos concluí que bastante con que nos respetemos. En mi parroquia tratamos de ser una comunidad, tenemos una sola misa los domingos porque es la celebración de la comunidad, y yo el Evangelio no lo aprendo en los libros sino en la gente. Y reflexionando sobre él. Hay cosas clarísimas: a nadie llaméis padre, a nadie llaméis Señor... Yo he logrado que sólo me llamen Fabián en el barrio; ciertas costumbres y tratamientos en el fondo denotan otras cosas: reverendo, eminencia, santísimo padre... Demasiado. También es claro que no se puede servir a Dios y al dinero.

......... (la cinta cambia de sentido justo en esta pregunta, y se pierden también los minutos de la respuesta).

¿Cómo compaginar distintas opciones, todas buenas? A veces pienso que o elijo ser pobre y vivo entre los pobres, o elijo tener hijos, porque yo quiero un futuro para mis hijos.

Si estás convencido de que el futuro que tú buscas es mejor se lo transmitirás así a tus hijos. Todo está en tu convicción. Si tu crees que la felicidad de tus hijos va a ser un nivel de consumo es que tú no estás convencido de que lo que te va a dar la felicidad es compartir. En el Evangelio se habla de tener lo suficiente para alimentarnos y para vestirnos; a partir de aquí tenemos que tener en cuenta que en el mundo hay un 80% de pobres, que nosotros estamos en el 20% del dinero, que la solidaridad es con los que menos tienen y que si me creo que bienaventurados vosotros cuando descubráis esto, cuando elijáis ser pobres, tengo que poner toda la carne en el asador para vivirlo. Yo sé que no es fácil, que todo es un proceso, pero habrá que empezar por algún lado. La vida en el fondo es más sencilla que querer guardarse tanto las espaldas por si me pongo enfermo, para mis hijos, para sus estudios... Teniendo lo suficiente para alimentarse y vestirse debemos estar satisfechos. El Evangelio no nos dice que vayamos en taparrabos ni que estemos pasando hambre: buscad el Reino de Dios y su justicia, lo demás se os dará por añadidura. Convencerse no es intelectual, es la vida día a día, no hacer oídos sordos, descubrir la verdad, solidarizarme, estar atento. Es un Espíritu. Díez Alegría –os recomiendo un libro pequeñito que acaba de salir, en el que cuenta su vida y su fe- dice que es fundamental la oración, y pedir: pedid y se os dará, llamad y se os abrirá. Nuestro Padre dará el Espíritu a quienes se lo pidan para descubrir estas cosas, porque no son cosas de la cabeza.

Nos creemos que Jesús se centró en dar alimento material a los pobres, pero mucho más que eso dio alimento espiritual. Muchas veces he caido en la trampa de convertirme en un mero activista para cambiar cosas, y tenemos que ser sinceros con lo que Jesús realmente nos pide.

Yo no lo centro todo en la economía. La civilización de la pobreza no es meramente economía; lo fundamental son la fraternidad y la solidaridad desde dentro, queridas, vividas, metidas desde dentro por el Espíritu. No es un socialismo igualitario, se trata de una austeridad solidaria, vamos todos a quitarnos un poco para que todos podamos vivir un poco mejor. No tenemos que limitarnos sólo a dar dinero, sino empezar por nuestro corazón, por solidarizarnos, por escuchar el grito de otros, por sentirnos hermanos, por saber que son ellos los que nos evangelizan: todo eso humaniza y espiritualiza. No se trata de reducirlo todo a economía, sino de humanizar desde el grito del que sufre.

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