"La economía capitalista hizo avances en muchos terrenos, pero no en el de la felicidad"
La economía de la felicidad dejó de ser un campo marginal y ya incide en la política de los gobiernos. El economista argentino Rafael Di Tella, profesor de Harvard y un pionero en esta rama, explica por qué.
PorSebastián Campanario
scampanario@clarin.com
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Rafael Di Tella, economista especializado en felicidad, crimen y corrupción
Rafael Di Tella, economista especializado en felicidad, crimen y corrupción
Hace rato que la Organización Mundial de la Salud pulsó la alarma: para el año 2020, la depresión será la segunda causa de discapacidad en el mundo, sólo superada por enfermedades cardiovasculares. En un contexto de bienestar emocional en caída libre, a nadie debiera extrañarle el fenomenal boom global de libros y trabajos académicos con "recetas" para lograr la felicidad, que se nutren de estudios multidisciplinarios que van desde la sociología a la filosofía hindú.
La economía no quedó al margen de este fenómeno. Nacida a mediados de los 70 como una rama académica marginal, la economía de la felicidad cobró en los últimos cinco años un impulso inusitado. El presidente francés Nicolás Sarkozy recomendó reemplazar el tradicional cálculo del PBI por otro que incluya mediciones de felicidad, entre otras variables. Lo hizo en base a una sugerencia de un equipo de economistas y expertos en estadística encabezado por el premio Nobel Joseph Stiglitz. Hasta el BID y el Banco Mundial ya tienen sus propias mediciones de bienestar emocional.
Hasta hay una "base global" con millones de datos que indican que son más felices las mujeres que los hombres, quienes tienen muchos amigos, los que viven con una pareja estable, quienes gozan de buena salud, tienen presión sanguínea baja, hacen el amor al menos una vez por semana y dedican tiempo a actividades solidarias.
Hace trece años, cuando el tema no estaba de moda, un académico argentino encabezó las primeras expediciones a estas tierras salvajes. Rafael Di Tella, profesor de Harvard, descubrió en 1997 que el desempleo es mucho más costoso que la inflación en términos de felicidad. "Los modelos económicos tradicionales, en los cuales se basaban los banqueros centrales, suponían que la inflación era tremendamente más costosa que el desempleo, en una proporción de 20 a 1", explica Di Tella. "Nosotros demostramos, usando datos de felicidad, que esto no es así; y esto cambia la forma de pensar las políticas públicas", insiste.
Di Tella nació el 4 de enero de 1965, mide 1,92 metros y pesa 83 kilos, según el sitio Sport-reference.com, que lo tiene catalogado por su pasado como esgrimista profesional. Compitió en este deporte en las Olimpíadas de 1988 en Seúl y de 1992 en Barcelona, en representación de la Argentina. Es fanático de la disciplina ("¿Tenés hijos?", curiosea, "si tenés hijos, lo mejor que podés hacer es ponerlos a practicar esgrima"). Cuando era chico, su padre, el ex canciller del menemismo, Guido Di Tella, le habilitó un espacio para practicar esgrima en la casona del Bajo Belgrano donde vivía la familia, construida por el arquitecto Clorindo Testa. Allí entró un grupo de tareas el 24 de marzo de 1976, torturó al padre de Rafael con picana y forzó a la familia a emigrar a Oxford, Inglaterra, cuenta el periodista Nicolás Cassese en su libro "Los Di Tella: una familia, un país" (Aguilar).
El economista de Harvard habla con Clarín en forma atropellada, durante casi dos horas. Su abanico de temas de interés es amplio: va de la felicidad al crimen, pasando por la corrupción y los nuevos estudios sobre "creencias".
- La mayoría de los economistas ve a la "felicidad" como un campo naif, con algo de desprecio. ¿Por qué cree que sucede?
- Para muchos economistas fue difícil aceptar el principal resultado de esta rama, que es que la felicidad de la gente no mejora aun en períodos largos de crecimiento.La economía capitalista ha hecho avances en muchos terrenos, pero no en el de la felicidad. Y entonces muchos critican la forma de medir. Te dicen: "Vos le preguntás a un sueco cuán feliz es, y te va a contestar distinto que un japonés o un uruguayo". Y la verdad es que los resultados en todos los países del mundo apuntan para el mismo lado. Si hubiera "ruido estadístico", tendríamos resultados mixtos. Además, la economía tradicional hace supuestos infinitamente más discutibles y ridículos que los que hace la rama de felicidad. Pero nos siguen diciendo que somos "no científicos".
- ¿Cómo está la Argentina, en términos de bienestar emocional?
- Los estudios que hay acá son de muy pocos casos, no hay una evidencia muy concluyente. La base con la que yo trabajo, para Estados Unidos y Europa, tiene más de un millón de datos, y eso permite extraer conclusiones más consistentes.
- ¿Y usted aplica economía de la felicidad en su vida personal?
- No, soy muy infeliz, estoy perdido, no tengo idea de para dónde correr (risas). ¿A qué te referís? Por ejemplo, los académicos que se dedican a la felicidad descubrieron que tiene mucho más rédito en materia de bienestar emocional gastar la plata en "experiencias" (viajes, ir al cine, etc) que en "bienes" (un auto, un reloj). Te vas convenciendo con el tiempo de que esta obsesión de la humanidad por maximizar el progreso material no anda muy bien. Y que lo que más favorece a la felicidad es tener amigos, ser un buen padre, llevarse bien con la gente. Siempre ayuda ver los datos, y estos dicen que los tipos que tienen mucha guita realmente no son más felices.
- ¿Usted hizo ese estudio midiendo el cambio en felicidad en gente que ganaba la lotería o que quedaba parapléjica?
- No, esa es una investigación muy vieja. Lo que hice yo fue mirar qué pasa con gente que a lo largo del tiempo le sube o le baja la plata en forma brusca. Y lo que vi es que hay un "período de adaptación" de tres años: pasado ese tiempo desde el shock, sea positivo o negativo, se vuelve a un nivel "promedio" de felicidad.
- Hace 20 años estudia la economía del crimen. ¿Cómo ve la discusión por la inseguridad aquí?
- Hay un problema importante. En la Argentina -y esto está demostrado en un trabajo que hicimos con Sebastián Galiani y Ernesto Schargrodsky- el aumento del crimen es regresivo: les pega mucho más a los más pobres. En la calle, la tasa de victimización entre ricos y pobres se mueve más o menos en paralelo, mientras que los robos a casas se cruzan, porque los ricos se protegen en forma más efectiva, con alarmas y garitas. Lo cual "desplaza" el crimen a zonas no protegidas. En cambio, en Estados Unidos y Europa, el aumento del crimen pega más en las clases altas, porque el Estado provee más seguridad. Por eso, allá, la inseguridad forma parte de la agenda de la derecha. El problema es que en la Argentina el progresismo y la centroizquierda importaron ese prisma y tienen el prejuicio de que es "facho" hablar de inseguridad. Ocultan las cifras, dicen que es un invento de los medios, de Susana Giménez ... es algo indignante, porque el problema está afectando en la realidad a los más pobres.
- ¿Qué hallazgos nuevos hay en la economía de la corrupción?
- Estuve estudiando bastante cómo la alta corrupción deslegitimiza a los ricos. Lo primero que les viene a la mente a los estadounidenses cuando uno dice "rico" es Bill Gates, o los creadores de Google: la gente los asocia con innovaciones que mejoraron la vida cotidiana. Tienen un estatus más alto, la sociedad les exige menos impuestos, invierten más, etc. Aquí, los ricos están asociados a contratos ilícitos con el Estado, a favores y a corrupción. Por lo tanto, la sociedad quiere gravarlos con un 99% de impuestos, y todo se ordena en forma menos productiva.
- ¿Y no puede ser que esto sea cierto?
- Sí, muy probablemente. Pero el problema es que en este sistema, la corrupción se autogenera. Supongamos que aparece un buen tipo, con una buena idea, y se lo mata con impuestos y regulaciones. Ese tipo termina obligado a incumplirlas para avanzar. Es una diferencia cultural muy grande entre América latina y los EE.UU, con un impacto fenomenal en la economía, que se tiende a subestimar.
- Siempre se criticó que los trabajos sobre corrupción se hacen con encuestas de percepción, que no reflejan la corrupción real en cada país.
- Es una crítica que hicieron durante mucho tiempo los economistas, y yo creo que es válida. Los nuevos estudios de corrupción se están basando en datos de precios, que permiten medirla en forma más directa, sin tener que acudir a encuestas de opinión. Por ejemplo, si se advierte que la dispersión en el precio que se paga por la compra de insumos básicos en distintos hospitales es muy alta, esa puede ser una medida indicativa válida del nivel de corrupción.
- Se refiere a los economistas en tercera persona, ¿cómo se lleva con su profesión?
- No me llevo del todo bien. Me molesta cierta pedantería. A veces los economistas se vuelven un grupo cerrado, que pretende fijar reglas sobre lo que es científico y lo que no es.
- En el sitio VOX, muy respetado en su profesión, se publicó un estudio correlacionando sobrepeso en adolescentes con sexo anal. ¿No se está yendo un poco lejos con esto de la "economía de cualquier cosa"?
- Absolutamente. Hay muchos papers malísimos. Hay una cosa que le está quitando seriedad a nuestra profesión, y es esta necesidad ridícula de los economistas porque los periodistas nos amen.Conozco gente muy inteligente que se pasa meses dedicada a temas completamente irrelevantes, sólo para lograr un título en un diario. Es algo que no puedo entender. Hacer econometría del sexo anal me parece una boludez. Los economistas vivimos vidas por lo general muy aburridas, chequeando cosas muy técnicas; si a vos no te interesa eso, mejor que te dediques a otra cosas, porque vas a terminar metiendo la pata.
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