domingo, 25 de julio de 2010

Sepa Renacer cada Día

La vida, al igual que todo lo que ocurre en la Naturaleza, es un continuo cambio. Experimentar a conciencia los sucesivos ciclos, nos hace expertos en renacer psicológicamente


Foto: Especial

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A veces deseamos que todo cambie y que nuestra existencia experimente un giro positivo. En otras ocasiones esperamos que todo se mantenga tal y como está, porque las cosas nos están yendo bien y preferimos no correr riesgos.

Sea como sea, nos guste o no, todo cambia, se transforma, se renueva continuamente, y cómo dice el proverbio “nunca nos bañamos en el mismo río, porque sus aguas no son las mismas”.

Los finales y los comienzos están presentes en nuestra vida, desde que se inicia hasta que concluye, desde sus primeros hasta los últimos días. El final de la infancia, da paso a la adolescencia, y cuando esta termina comienza nuestra juventud, y tras ella nuestra etapa adulta. Si un día no hubiera acabado nuestra infancia no seríamos las mujeres y hombres que hoy somos.

Alegría y tristeza. Fortuna y adversidad. Avance y parálisis. Dolor y placer. A lo largo de nuestra vida también se suceden vivencias de distinto signo. Todas llegan y todas pasan. Y de todas aprendemos y nos ayudan a madurar.



Los contrastes nos hacen evolucionar

“Incluso sin pasar por los malos momentos, probablemente no seríamos capaces de valorar y disfrutar las etapas de bonanza, de igual modo que gozamos más del calor, la luz y la apertura de la primavera, al haber pasado primero de los fríos, la oscuridad y el repliegue vital de la temporada invernal.

Los cambios, ciclos y contrastes no ayudan a crecer y progresar”, señala Carmen Retuerce, experta en procesos evolutivos del centro HARA de crecimiento personal y auto-conocimiento.

Según la experta, los cambios y contratiempos vitales, suponen dejar la seguridad de lo conocido, pero también una ocasión para desarrollar nuevas alternativas de vida. Son normales e inevitables; la cuestión es saber afrontarlos”.

Los distintos ciclos y crisis de la vida “nos enfrentan a un punto de no retorno a partir del cual las cosas nunca más volverán a ser como antes.

A veces parece que nos llovieran problemas por todas partes, sentimos aflicción y dolor, y nos aferramos desesperadamente al pasado, pero esos mismos problemas encierran el germen de una nueva etapa, al resolverlos renacemos más fortalecidos”, según Retuerce.

Explica que “a lo largo de la existencia atravesamos momentos decisivos, malos o difíciles, que nos hacen sufrir. Que aparecen cuando perdemos objetos, seres queridos, bienes materiales o situaciones; cuando nos quedamos sin trabajo, salud o sueños; cuando debemos dar un adiós definitivo a alguna oportunidad, ideal o relación”.

Problemas laborales o económicos, conflictos de pareja, conflictos con los hijos, la muerte de un ser querido, un accidente, un ascenso en el trabajo, el final de una carrera universitaria. “Son hitos fundamentales necesarios, como
procesos mediante los cuales se va entretejiendo la vida humana”, señala la experta.

“Aunque toda situación desagradable o crisis vital nos produce dolor, también nos transforma; muchos de los cambios serán experiencias positivas que nos insuflarán un ánimo vital, y algunas de estas transformaciones enriquecerán nuestra vida, con un valioso aprendizaje y desarrollo personal”, según Retuerce.

Según la psiquiatra Carmen Sáez Buenaventura, las crisis suelen ser características en etapas de desarrollo personal, en las que se producen cambios físicos, psicológicos, emocionales e intelectuales, o en el medio, la convivencia y en las relaciones.



El difícil tránsito de la adolescencia

“Una de las primeras crisis sobreviene en la adolescencia, cuando impulsados por un torrente hormonal los niños y niñas se transforman en hombres y mujeres y durante un tiempo todavía no son ni lo uno ni lo otro”, según Buenaventura.

De acuerdo a esta psiquiatra, “ese cambio es relativamente brusco, mientras que las experiencias del adolescente son pocas y limitadas y su personalidad no está aún configurada. Las dificultades para adaptarse al nuevo estatus que les impone su edad pueden causarles una crisis de identidad. Muchos jóvenes se niegan incluso a crecer y a asumir responsabilidades”.

Entre los 35 y 40 años –según la especialista– puede aparecer una crisis de inseguridad, de balance entre las expectativas del pasado y la realidad presente.

“Nos volvemos vulnerables y sufrimos por alcanzar una identidad consolidada; nuestras facultades físicas e intelectuales comienzan a disminuir; se producen infidelidades”.

“Se cree que las personas de mediana edad tienen pocos problemas, pero de ellas dependen padres, ancianos, suegros e hijos que están creciendo y ellos pueden tener dificultades con su pareja. Su cuerpo no es el mismo, suelen aparecer los primeros achaques”, explica Buenaventura.

Para Carmen Retuerce otra etapa crítica surge en la vejez, cuando la persona piensa en el tiempo de vida que le queda “en una sociedad en la que los valores como energía, dinamismo, afán de éxito y superación están conectados a la idea de juventud, es fácil que los mayores se sientan marginados”, señala.

“A lo largo de nuestra existencia, atravesamos distintos ciclos y etapas adversas, que pueden compararse con sucesivos partos: ya que producen dolor en el momento, pero dan origen a una nueva vida. En estos casos, los que nacemos o más exactamente volvemos a nacer somos nosotros mismos, al emerger más maduros y sabios de cada crisis”, según Retuerce.

Para la experta de HARA, “la metáfora del renacimiento también puede aplicarse a escala más pequeña a nuestro día a día, ya que en cada jornada desde que nos despertamos (nacemos) hasta que nos dormimos (y de alguna manera morimos), vivimos una pequeña vida con experiencias de distintos signos e intensidad. Al día siguiente, tras el descanso nocturno, renacemos: se abre un nuevo espacio en blanco pleno de posibilidades y sorpresas”.

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