Jesús tiene una palabras claves en Mt 11, 28-30, y son las siguientes: Venid a mí todos cuantos andáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, pues soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. Porque mi yugo es suave, y mi carga, ligera.
Es de vital importancia darse cuenta que Jesús dice, y su palabra es palabra de Dios, que para hallar reposo en el alma es preciso, primero: ir a Jesús, y segundo: tomar su yugo y aprender de Él. Este es el camino.
Todo esto lo han aprendido gentes de todos los tiempos, el problema fundamental reside, en que nosotros no lo tomamos suficientemente en serio. Juan de Bonilla, San Francisco de Sales, María de la Encarnación, Libermann, el Padre Pío, San Josemaría Escrivá, tienen palabras esclarecedoras al respecto.
Cuidad de no dejar que vuestro corazón se turbe, se entristezca, se conmueva o se mezcle con lo que podría causarle inquietud. Trabajar siempre por mantenerlo tranquilo, pues el Señor dice: "Bienaventurados los pacíficos".
Tenemos que tener la voluntad preparada para cualquier eventualidad. No tenemos que ver los accidentes de esta vida con temor, sino verlos en medio de una profunda esperanza, pues Dios, al que pertenecemos, nos librará de ellos a medida que se presenten.
Permanezcamos en paz, arrancando de nuestra imaginación lo que pueda angustiarnos y digamos con frecuencia a Nuestro Señor: ¡Oh Dios! Vos sois mi Dios y yo confiaré en vos; me ayudaréis y seréis mi refugio, y no temeré nada, pues no sólo estáis conmigo, sino que estáis en mí y yo en vos.
La precipitación oscurece la razón y el juicio. Nuestro Señor le dice a Marta, "Marta, Marta, te preocupas e inquietas por muchas cosas" Una tarea que se hace con ímpetu y precipitación nunca estará bien hecha... Recibamos serenamente las ocupaciones que nos lleguen y tratemos de hacerlas por orden, una tras otra.
Tratar de mantener la paz en el corazón, no es mantenerla, sino: Tratar de mantenerla, que no es lo mismo.
Actuaremos en todas las cosas con intención de agradar a Dios, y luego nos quedaremos con un santo reposo, convencidos de que Dios es nuestro Padre, y quiere lo mejor para nosotros.
Los grandes medios de instaurar en nosotros el reino de Cristo son concretamente el espíritu de oración continua y la paz del alma.
Una manera serena de actuar y un comportamiento interior reposado, ponderado y tranquilo, ensancha el alma.
Debemos aspirar a esa paz y a esa moderación interior con objeto de no vivir más que en Dios, olvidándonos de nosotros mismos para que nuestro corazón no se esclavice con nada.
Hay que olvidar siempre el pasado, y no preocuparse de las caídas, por numerosas que sean; siempre que nos levantemos no ocurrirá nada, mientras que ocurriría mucho si nos entristecemos o nos desanimamos demasiado por ellas.
Hay que tener en cuenta también que los deseos demasiado intensos proceden de la naturaleza; todo lo que procede de la gracia es dulce, amable, humilde, sereno. Nuestro principal empeño consistirá, pues, en moderar los movimientos de nuestra alma y mantenerla sosegada delante de Dios.
Mantenerse en paz y completo sosiego; no inquietarse jamás y no alterarse por nada; olvidar el pasado; vivir como si el futuro no existiese; vivir para Jesús en el momento presente; caminar así en cualquier circunstancia y en cualquier ocasión, sin temor ni preocupación, como conviene a los hijos de Dios; jamás pensar voluntariamente en uno mismo; abandonar en Jesús el cuidado de nuestra alma. Él se cuidará de ella, le pertenecemos. Apartar todo temor y reemplazar por el amor, semejante sentimiento; actuemos en todo momento serenamente, suavemente, sin precipitación, sin arrebatos; mantengamos la calma cuando sea preciso, caminemos con completo sosiego, abandono y plena confianza.
La paz es la sencillez del espíritu, la serenidad de la conciencia, la tranquilidad del alma y el lazo del amor. La paz es el orden, la armonía en cada uno de nosotros, una alegría constante que nace del testimonio de una buena conciencia, la santa alegría de un corazón en el que reina Dios. La paz es el camino de la perfección, o mejor, la perfección se encuentra en la paz. El alma no debe entristecerse más que por un motivo: la ofensa a Dios. Pero, incluso en este punto, hemos de ser prudentes: debemos lamentar, sí, nuestros fallos, pero con un dolor paciente, confiado siempre en la misericordia divina. Pediremos perdón, y empezaremos de nuevo con alegría renovada.
Rechaza esos escrúpulos que te quitan la paz. No es de Dios lo que roba la paz del alma. Cuando Dios te visite sentirás la verdad de aquellos saludos: la paz os doy..., la paz os dejo..., la paz sea con vosotros..., y esto, en medio de la tribulación (Camino, 258).
¿Estás sufriendo una gran tribulación? ¿Tienes contradicciones? Di, muy despacio, como paladeándola, esta oración recia y viril: "Hágase, cúmplase, sea alabad y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. Amén. Amén. Yo te aseguro que alcanzaras la paz (Camino, 691).
Santa María -así la invoca la Iglesia- la Reina de la Paz. Por eso, cuando se alborota tu alma, el ambiente familiar o el profesional, la convivencia en la sociedad o entre los pueblos, no ceses de aclamarla con ese título: <
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