Ana Bella Estévez: «Mi marido me dijo: 'Lo nuestro es amor o muerte'»
Domingo, 9 de octubre del 2011 Votos:+0-0Comentarios(0)
Núria Navarro
Periodista
Al acabar COU, Ana Bella Estévez (Sevilla, 1972) fue con su padre a pasar un fin de semana a Marbella. Allí conoció a un pintor granadino 24 años mayor que ella. Fue un flechazo. Al cabo de poco vivían bajo el mismo techo. Pronto empezaron los malos tratos.
AGUSTÍN CATALÁN Edición Impresa Versión en .PDF Información publicada en la página 72 de la sección de Contraportada de la edición impresa del día 09 de octubre de 2011 VER ARCHIVO (.PDF)
-Al mes de estar juntos, él dormía la siesta y yo salí a comprar a una tienda cercana. Al volver, me insultó y me tiró contra la pared por haber salido sin su permiso. Luego se sentó y me explicó que lo hacía por el bien de la relación. La cosa fue a más.
-Pasó junto a él 11 años. Y con él tuvo cuatro hijos.
-Ni yo misma me lo explico. Pero estaba sola, aislada en una urbanización. Todo empezó a tomar un cariz absurdo. Una vez, íbamos en coche y me dio un puñetazo porque dijo que había mirado por el retrovisor a un barrendero. No me dejaba tender en el balcón porque «provocaba» a los hombres que pasaban por debajo...
-Angustioso.
-Eran tantas las normas que, para no olvidarme, escribí una lista. Me llegó a pegar con la correa, me tuvo encerrada durante una semana... Encima, después de cada episodio, se metía dos meses en cama con depresión por lo mal que me había portado y tenía que pedirle perdón.
-¿Por qué aguantaba todo eso?
-Yo arrastraba mi propia historia. Mi madre era alcohólica. Mis padres se separaron y me metieron interna entre los 11 y los 18 años. Además, mi marido era un hombre con negocios vinculados con el arte en Marbella y Puerto Banús. Teníamos una bonita casa frente al mar, 27 plazas de párking, nueve locales, los niños iban a un colegio inglés... Él caía bien a todo el mundo. Resultaba simpático y solidario. Nadie se lo podía imaginar.
-Cuesta entender la situación.
-Lo que quería era sobrevivir cada día. Los cuatro primeros años creía que todo lo que me decía era verdad y que yo lo hacía todo mal. Cuando me di cuenta de que sus reacciones no eran lógicas, ya no tenía salida. Durante el embarazo de mi segundo hijo me quise suicidar, pero no sabía cómo. Un día le dije: «Si te hago sufrir, ¿por qué no nos separamos?» Y él me respondió: «No, chiquita, lo nuestro es amor o muerte».
-Pero llegó el día en que dijo «basta».
-El desencadenante fue un test de 30 preguntas que me obligó a responder. La primera era si yo quería seguir con la relación aunque me hiciera daño. Yo ya no tenía fuerzas y contesté que no. Se puso como loco y empezó a asfixiarme. Me dijo que le apretara el brazo si cambiaba de opinión. Escuché al más pequeño llorar y dije que sí a todo. Aquel día tenía que llevar a mi suegra al hospital y allí vi un cartel que decía: «Rompamos el silencio». Memoricé el teléfono y un día llamé, de madrugada.
-¡Al fin pidió ayuda!
-Me recomendaron acudir al Instituto de la Mujer, donde me explicaron que podía ir a una casa de acogida. Esa noche de septiembre del 2001 metí en el coche a mis hijos -de 8, 6 y 4 años y el de 9 meses- y me escapé.
-Una noche de miedo... y liberación.
-Sí. Durante seis meses no paré de llorar. No tenía dinero, ni experiencia laboral, y él me perseguía. Un día me pregunté por qué me había pasado todo eso a mí. Y me di cuenta de que yo era muy tolerante y perseverante, y que había sido capaz de reinventarme cada día. Tenía unas cualidades positivas para salir adelante y educar a mis hijos en igualdad.
-Empezó a remontar.
-Me puse a trabajar, luché por la custodia de los niños y quise devolver parte de la ayuda recibida. Creé la Fundación Ana Bella. La primera mujer a la que ayudé se quedó en mi casa y ya tenemos seis viviendas de apoyo, en Granada, Sevilla y Badajoz, y una sede en L'Hospitalet. Con el dinero de un premio montamos una empresa de limpieza y luego, con el apoyo del BBVA y Esade, el Catering Solidario, con productos de comercio justo. Nos nombraron la empresa social más prometedora de España.
-Le ha dado la vuelta al calcetín.
-Si eres capaz de aguantar un maltrato, eres una persona muy fuerte. Estás acostumbrada a trabajar bajo presión y a reponerte de la frustración inmediatamente. Somos supervivientes, no víctimas. Podemos ejercer de agentes del cambio social.
-Es usted de acero, la verdad.
-El maltrato es el holocausto del siglo XXI. No atiende a razas ni condición social. Y si no hay testimonios positivos, esto no va a cambiar. La Administración quiere que denuncies y punto. No se dan cuenta de que cuesta denunciar al padre de tus hijos, al hombre que más temes. ¿Qué proponemos? Dar trabajo. Del trabajo a la denuncia y no al revés.
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-
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