Religiones: luces y sombras, de Ferran Requejo en La Vanguardia
En general, las religiones suponen un estímulo y una fuente de orientación de vida para muchas personas del planeta. A pesar de su indemostrabilidad, el número de creyentes en dioses, espíritus, almas, etcétera, es mayoritario dentro de las diferentes culturas de la especie que pomposamente se autollama sapiens (una denominación muy equívoca, ya que induce a creer que la parte emotiva del cerebro, y más antigua en términos evolutivos, resulta “secundaria” delante de los componentes racionales, cosa que desmienten las diversas ciencias actuales que analizan el comportamiento humano).
Muchas religiones históricas se han extinguido. Y las que hoy son hegemónicas empezaron siendo sectas marginales. Ha habido y hay miles de dioses y de religiones en el mundo. El supermercado teológico ha estado siempre muy bien surtido de productos. Pero el hecho es que la humanidad muestra una tendencia clara a la credulidad religiosa.
Empíricamente se constata que en los niveles culturales más altos de una sociedad, especialmente en los más elitistas, el índice de creyentes en religiones particulares baja drásticamente con respecto a la media de la población: en el clásico estudio de Larson y Withan de finales de siglo pasado, del conjunto de 1.800 miembros de la Academia de Ciencias, el índice de creyentes era inferior al 10%, siendo los biólogos los más descreídos (5,5%), y los matemáticos los más creyentes, aunque con un índice también muy bajo (14,3%). Sin embargo, y en contra de la opinión “ilustrada” de que las religiones se extinguirían cuando la ciencia se extendiera y los países se desarrollaran, las religiones parecen estar aquí para quedarse.
Se han esgrimido diferentes tipos de razones para explicar el éxito y la inflación de las doctrinas religiosas creadas por los cerebros humanos. Algunas son de carácter epistemológico -el hecho de que las religiones dan “respuestas económicas”, es decir, con pocos conceptos se pretenden explicar muchas cosas- desde la estructura del mundo al significado de la vida; otras razones son “psicológicas” -el consuelo que las religiones suministran ante la muerte, las injusticias o dificultades de la vida- ;finalmente, se han esgrimido razones relacionadas con la evolución de los cerebros humanos -algunos antropólogos incluso han hablado de un cierto “instinto” religioso que habría supuesto la cohesión y pervivencia durante milenios de algunos grupos concretos de cazadores-recolectores. Un tanto paradójicamente, se puede decir, sin embargo, que los porqués del éxito del fenómeno religioso siguen siendo controvertidos y en buena parte desconocidos.
Hoy la libertad religiosa pertenece a los derechos humanos. Sin embargo, a pesar de las ventajas que las religiones parecen tener para sus creyentes, también han sido y siguen siendo un peligro social y una de las principales fuentes de dolor de la humanidad. A lo largo de la historia, las religiones han mostrado rostros vinculados al terror, al dogmatismo y al menosprecio del pluralismo y la dignidad humana. Políticamente, las guerras de religión que asolaron Europa en los siglos XVI y XVII constituyeron uno de los factores decisivos para el establecimiento posterior de los regímenes liberales que hicieron de la separación Estado-iglesias uno de sus principios organizativos. El liberalismo político supuso el establecimiento de límites “civiles” a las autoridades eclesiásticas cristianas. Esta “gran separación” entre los ámbitos político y religioso ya fue vista por Hobbes y los primeros liberales como una necesidad con el fin de evitar la vocación de “redención política” de las religiones monoteístas, además de ser una condición para la emancipación humana y el pensamiento crítico.
Echando un vistazo a la situación actual del mundo, vemos como en muchos lugares las religiones dominantes todavía constituyen un tipo de “ideología salvaje”, es decir, de doctrinas que aún tienen que ser “civilizadas” por las reglas políticas de la sociedad. El informe reciente (datos del segundo semestre del 2010) del Departamento de Estado americano presentado al Congreso en cumplimiento de la ley de libertad religiosa internacional -que incluye el derecho a la defensa de posiciones agnósticas y ateas- analiza la situación de la libertad religiosa en 198 estados. Se incluyen hasta cinco tipos de violaciones de esta libertad por parte de prácticas contra la expresión colectiva de las creencias religiosas, la libertad de expresión de ideas religiosas, agnósticas o ateas, el derecho al cambio de religión, la posesión y distribución de textos religiosos -incluidos los libros considerados “sagrados” por parte de los creyentes respectivos- y la enseñanza religiosa. Los países considerados con una situación grave son (por orden alfabético): Afganistán, Arabia Saudí, Corea del Norte, Egipto, Eritrea, Iraq, Irán, Myanmar, Nigeria, Pakistán, Rusia, Sudán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Venezuela, Vietnam y China. Incluso en el marco de las democracias liberales, las decisiones de parlamentos, gobiernos, tribunales aún arrastran a menudo inercias históricas y prejuicios conceptuales con respecto a la religión históricamente predominante en cada contexto. Un hecho que en la mayoría de los casos contradice los preceptos constitucionales de laicidad y de neutralidad, y que condiciona la libertad religiosa práctica, la protección del pluralismo y de las minorías religiosas, agnósticas y ateas, y da todavía un papel político relevante a las iglesias hegemónicas (como es el caso de la jerarquía católica española, uno de los casos más reaccionarios de la política comparada).
Ferran Requejo, catedrático de Ciencia Política en la UPF y autor de ´Federalism beyond federations´, Ashgate 2011. www.ferranrequejo.cat
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