sábado, 8 de enero de 2011

Gestionar Impulsos y Emociones

¿Podemos gestionar las emociones?
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Autor: Eduard Punset 19 Agosto 2009

Fue el descubrimiento más desconcertante hecho jamás; pieza clave de la llamada “revolución científica” en pleno Renacimiento. El astrónomo prusiano Nicolás Copérnico acababa de demostrar en 1543 que, lejos de ser la Tierra —nuestro planeta— el centro inamovible del universo, como se había creído siempre, ésta se movía alrededor del Sol.

No se podía saber con certeza ni siquiera dónde estábamos. Literalmente, de ser el centro del universo habíamos pasado a ser el centro de nada. De repente, nadie sabía en qué sitio estaba cada uno. Los humanos, desde luego, se quedaron sin morada cierta. Es más, muchos científicos están convencidos ahora de que existen no uno, sino varios universos.

¿Cuál será la próxima gran revolución que nos va a desconcertar a todos, el descubrimiento científico que nos dejará sin palabra de la misma manera que Copérnico nos dejó sin un lugar seguro? Dentro de unos años, será mayor aún el estupor originado por el desdén sistemático —a lo largo de la Historia— hacia las emociones básicas y universales con las que los recién nacidos vienen al mundo. Si afloraban, las emociones había que aparcarlas o destruirlas; en ningún caso profundizar en su conocimiento y, mucho menos, gestionarlas.

Desde hace meses tengo en mi mesa, sin contestar todavía, una carta de un joven portugués que me ha conmovido. No sólo voy a contestar su carta, sino que pido a aquellos de mis lectores que puedan aducir hechos para serenarlo que lo hagan. En los dos párrafos siguientes nos adentramos en el mundo fantástico y conmovedor de las emociones humanas. Constataremos que la antítesis del amor no es el odio, sino el desprecio; así como las dificultades insuperables para sobrevivir cuando no se enseña a distinguir entre un determinado grado de ansiedad, necesario para estar en estado de alerta, y el miedo que corroe y paraliza hasta el crecimiento de las uñas.

“A veces —me escribe—, la vida se transforma en algo doloroso y tormentoso. Estoy en una encrucijada. Una parte de mí quiere ser libre y la otra me dice que no, que alguien quiere hacerme daño, como ocurrió en mi pasado cruel. Cuando mis compañeros me preguntaban cosas, yo era muy reservado y solía guardarlas para mí. Un día en la primera clase de música se me pidió que tocara la flauta, pero yo ni sabía solfeo ni podía tocar la flauta. La profesora empezó a gritarme y rompí a llorar. A raíz de esto, los demás estudiantes empezaron a meterse conmigo en el recreo; me daba vergüenza de mí mismo porque me paralizaba el miedo.

Al año siguiente me ocurrió algo parecido. Se nos había pedido que leyéramos un libro que luego debíamos presentar en clase. Lo intenté de veras, pero el miedo se apoderó de mí y me puse a llorar de nuevo. A partir de ahí me aislé de los demás estudiantes por vergüenza, porque estaba seguro de que me despreciaban. Los evitaba. ¿Por qué me pasaba esto? Tal vez porque un hermano mayor me pegaba cuando le faltaba el respeto; creo que esta violencia me infundió el miedo de hablar, pero no lo culpo a él de lo que me sucede. Uno de los individuos a los que tengo más miedo me ha soltado: ‘¿Por qué no te mueres?’.

Estoy convencido de que alguien del pasado me querrá matar si me ve feliz porque está acostumbrado a verme infeliz, con miedo, avergonzado, sin hablar con nadie. No sé si debo intentar vivir libremente mi vida, ir tranquilamente por la calle despreocupado, porque sé que ese individuo me odia. ¿Qué debo hacer? ¿Encerrarme en casa por miedo a salir? No puedo continuar viviendo así. Ayúdenme, por favor…

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