martes, 14 de junio de 2011

Mi Combustible Espiritual

En mi caso para alentar el día a día
Busco comportamientos que me ayuden a soprtar algunas dificultades con las que todos nos enconttramos.
Para eso nada como el combustible espiritual
Y el acercarte a los nmejores a los más sanos



Volvemos a renovar no sólo nuestra fe en el Espíritu Santo como Tercera Persona de la Santísima Trinidad, sino también los dones que van unidos a la comunión con esa Tercera Persona.Quisiera aprovechar esta fiesta de hoy para hacer un poquito de catequesis dogmática, siempre útil, sobre todo para aquellos que viven en situaciones donde las sectas siembran continuamente confusión.En primer lugar, hay que recordar que nosotros creemos en un solo Dios, no en tres dioses. Por lo tanto, todo ha sido hecho por ese único Dios. Me refiero a que ese único Dios es el que ha creado el mundo, el que lo ha redimido y el que lo santifica, entre otras cosas. Ahora bien, esa única naturaleza divina está integrada por tres personas distintas, iguales en dignidad y que participan del mismo modo de la común naturaleza divina. Así expresamos el dogma de la Santísima Trinidad –del cual hablaremos la semana próxima-: Un solo Dios, tres personas distintas. El Padre (primera persona de la Santísima Trinidad) es Dios, como lo es el Hijo (segunda persona) y el Espíritu. Decimos también que el único Dios crea a través del Padre, redime a través del Hijo y santifica a través del Espíritu. Aunque sea reducir el misterio más sagrado a lo banal, y para que sirva de ejemplo, es como si una empresa tuviera una rama de construcción, otra de reformas y otra sanitaria; en un caso la empresa construye un edificio, en otro reforma el que estaba en ruinas y en otro cura a un enfermo en un hospital de su propiedad, es la misma empresa la que hace todo, pero cada cosa la va a hacer a través de una de las subdivisiones en que está constituida. Este, como he dicho, es un ejemplo banal que no sirve más que como remotísima aproximación para entender que no es el Padre el que crea el mundo, como si eso no tuviera nada que ver con el Hijo, o el Hijo el que redime como si en ello no tuviera nada que ver el Padre; si así pensáramos estaríamos hablando de tres dioses y no de un solo Dios. Sólo hay un Dios y éste es Creador, Redentor y Santificador. Creador a través del Padre, Redentor a través del Hijo y Santificador a través del Espíritu. Debemos tener mucho cuidado con una tendencia creciente que ve a Dios sólo como al Padre, como si sólo éste fuera Dios, y termina por considerar al Hijo y al Espíritu como “dioses menores” o, de hecho, como si no lo fueran. El Padre es Dios, ciertamente, pero el Hijo también y lo mismo el Espíritu, y los tres comparten la naturaleza y la dignidad. No es más Dios el Padre que el Espíritu, ni éste que el Padre.Dicho esto, quizá podamos entender mejor la función trinitaria reservada al Espíritu: Santificar. Pero santificar no es sólo llevarnos a la comunión con Dios que será plena cuando –por su misericordia y si morimos en su gracia- estemos con Él en el Cielo. En el Evangelio de hoy se habla de cuatro notas ligadas a la acción del Espíritu en el alma: la paz, la alegría, el perdón y la santidad. La paz que da Dios –el único Dios a través de la Tercera Persona- no es la del mundo, sino la que nace de tener la conciencia tranquila; la alegría tampoco tiene nada que ver con lo que se considera fuente de felicidad –la diversión, los viajes, el dinero...-, sino con lo que se siente cuando se ama, cuando se ha hecho el bien; el perdón está ligado a las dos anteriores y a su vez tiene dos facetas: el perdón que se da y el perdón que se pide, y supone siempre el reconocimiento humilde de nuestros pecados y aceptar que no podemos recibir el perdón por ellos si no perdonamos a quienes nos han ofendido a nosotros, en cuanto a la santidad, está ligado con todo lo anterior: estar unido al Señor a la hora de hacer las cosas (hacerlo todo por Él, con Él y como Él), hacerlas en la práctica (amar con obras y no sólo con retórica y palabras vanas), perdonar y pedir humildemente perdón. Para todo ello necesitamos ayuda. No podemos hacer el bien sólo con nuestras fuerzas, sin que nos sostenga la gracia de Dios. Ahí es donde interviene el Espíritu Santo y ese es el don que Él desea dar y da a todos los que se lo piden. Roguémosle, pues, esta semana que derrame sobre nosotros ese especialísimo don. El de llenarnos el corazón del ímpetu de su amor por Dios y, como consecuencia, que nuestras manos se llenen de obras de amor hacia el prójimo por amor a Dios. Pidamos fuego para el alma, entusiasmo para el corazón, y que todo nuestro ser se consuma, se queme, en el servicio a Cristo presente en los hermanos.En cuanto al tema de formación de esta semana, nos fijamos en un momento que sin duda se repitió varias veces durante la etapa de Nazaret, el de la enfermedad del Niño Jesús. Como cualquier otro niño, caería enfermo y, como cualquier madre, la Virgen estaría preocupada, sobre todo porque la medicina de la época no era como la de hoy. Ella, sin embargo, afrontó esa y otras pruebas desde la confianza en Dios, sabiendo que todo está en las manos del Señor. Hagamos nosotros lo mismo ante tantas circunstancias que nos desbordan y que no podemos resolver con nuestros esfuerzos. Aprendamos a abandonarnos en Aquel que nos ama y nos conforta.Rezo por vosotros. Rezad por mí.Que Dios os bendiga.

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