miércoles, 23 de junio de 2010

El Pensamiento del corazón

En ésta y próximas entregas dejaré a vuestra discreción algunos fragmentos del muy recomendable libro El pensamiento del corazón, de James Hillman, Ed. Siruela (colección Biblioteca de ensayo), Madrid 1999 (trad. de Fernando Borrajo, 188 págs.). Empecemos por estos breves pero enjundiosos fragmentos: el primero nos habla sobre la facultad propia del corazón, el himma, y su alcance, y el segundo hace un análisis hermético del desear y establece su relación con el himma. Veréis que propone una perspectiva de lo más estimulante.

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Esta capacidad retórica imaginativa es el himma de que habla Corbin en su estudio sobre Ibn ‘Arabi:

Ese poder del corazón es lo que designa específica mente la palabra himma, una palabra cuyo contenido tal vez aclare mejor el término griego enthymesis, que signifi­ca la acción de meditar, concebir, imaginar, proyectar, desear ardientemente: dicho de otro modo, de tener (al go) presente en el thymos, que es fuerza vital, alma, cora­zón, intención, pensamiento, deseo. (CI, pág. 224)

Como explica a continuación, este himma -el pensamiento del corazón en Ibn ‘Arabi- es capaz de hacer esencialmente real un ser externo a la persona que está en esa situación de enthymesis. El himma hace «reales» las figuras de la imaginación, esos seres con los que dormimos, paseamos y char lamos, los ángeles y demonios que, según Corbin, se encuentran fuera de la propia facultad de ima ginar. El himma es el medio a través del cual las imá genes, que consideramos invención nuestra, se nos presentan como algo ajeno, como creaciones puras, como criaturas auténticas; y, en opinión de Corbin, sin el don del himma caemos en los modernos en gaños psicológicos. Interpretamos erróneamente el modo de ser de esas imágenes, las figuras de nues tros sueños o las personas de nuestras fantasías.

Creemos que esas figuras son subjetivamente rea les, cuando lo que queremos decir es que son imaginalmente reales: tenemos la ilusión de que son in vención nuestra, de que nos pertenecen, de que forman parte de nosotros, de que son visiones. O bien creemos que esas figuras son externamente reales, cuando lo que queremos decir es que son esencialmente reales: tal ocurre con las ilusiones de la parapsicología y las alucinaciones. Confundimos lo imaginal con lo subjetivo e interno, y lo esencial con lo externo y objetivo. (Págs. 17-19)



Al mismo tiempo que arde, el azufre también se solidifica; eso es lo que pega: el mucílago, «la cola», el aglutinante, la viscosidad del acoplamiento. El azufre literaliza el deseo del corazón en el instante mismo en que el thymos se entusiasma. La combus tión y la coagulación se producen simultáneamente. El deseo se hace indistinguible de su objeto. Estoy unido a lo que me quema; estoy ungido con la gra sa de mi propio deseo, soy prisionero de mi propio entusiasmo, y por tanto estoy exiliado de mi pro pio corazón cuando creo que más me pertenece. Perdemos el alma justo cuando la descubrimos: «Dulce Helena», dice el Fausto de Marlowe, «hazme inmortal con un beso./ Sus labios aspiran mi alma: ¡mira hacia donde vuela!». Por eso Heráclito tuvo que oponer thymos a psique. «Cuando el thymos desea algo, lo compra a costa del alma» (DK: 85).

La psicología llama ahora «proyección compul siva» a este amor presente en el corazón del león. La base alquímica de este tipo de proyección es en realidad el azufre del corazón, que no quiere reco nocer que está imaginando. El himma objetivo es literalizado en los objetos de su deseo. La imagina ción es impulsada hacia delante. Así pues, la tarea no consiste tanto en rescatar este tipo de proyec ciones (¿quién las rescata y dónde las coloca?) cuan to en saltar tras lo que se proyecta y reivindicarlo como imaginación, reconociendo así que el himma requiere que las imágenes sean experimentadas siempre como cuerpos sensuales independientes. Hay diversos modos de proyección: no se trata de un mecanismo unitario. La proyección cordial re quiere un tipo de conciencia igualmente leonino: orgullo, magnanimidad, coraje. Desear y compren der el deseo: ése es el coraje que exige el corazón. [...]. De momento basta con recono cer que la proyección compulsiva es una actividad necesaria del azufre: la forma de pensar del cora zón, donde pensamiento y deseo son una y la mis ma cosa. (Págs. 29-31)

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