sábado, 9 de octubre de 2010

El Corazón decide

Lo que es verdad cuando se habla de un promedio puede no serlo cuando nos referimos a algo o alguien tomado individualmente. Hay gente, la mayoría, que en épocas de ansiedad rehuye hacer el amor; otras, en cambio, lo necesitan entonces más que nunca. En promedio, yo puedo predecir por dónde va a fluir una corriente formada por átomos; pero no voy a poder predecir por dónde va a circular un átomo en concreto.

Cuando hablamos del pasado, del presente o del futuro, barajamos siempre promedios y estamos acostumbrados a tomar decisiones no en función de lo que consiguió o hizo alguien excepcional que no se deja catalogar, sino de lo que ocurrió en términos estadísticos. Todo esto para anunciarles que empezamos a saber cómo se comporta la gente en tiempos de crisis. Está durando más de lo normal y eso nos permite estudiar los mecanismos de decisión. No se comporta igual la gente en tiempos menos movidos.
Obama
Una decisión instintiva: en tiempos de crisis, elegimos a líderes jóvenes. (Imagen editada, fuente: Wikipedia.)

Ahora tienden a decidir más con el corazón que con la razón. ¿Por qué?, se preguntarán mis lectores. Por una razón muy sencilla. En tiempos de crisis se tiene la impresión de que ya no se dispone de todo el tiempo necesario para sopesar los factores a favor o en contra de una decisión. Hay que decidir deprisa, porque el vecino ya se ha declarado en quiebra; la Bolsa no cambia y cada vez está peor; todas las funciones a medio plazo –como reproducirse o pensar en el retiro– se aparcan para después, para más tarde, cuando ya haya pasado la crisis. En esas condiciones, el corazón se convierte en el rey y señor de nuestros actos.

Cuando no hay tiempo para razonar, siempre ha funcionado mejor el corazón que la razón. Es más, la razón sólo interviene cuando hay tiempo para ponderar. Si oigo de repente el ruido extraño de un autobús que me puede atropellar porque no me he dado cuenta de que estaba rojo el semáforo, salvo mi vida saltando a la acera gracias a la amígdala –la gestora de mis intuiciones– y no a la razón.

La incertidumbre que caracteriza las épocas de crisis –nadie sabe, ni desde luego el Gobierno, cuándo va a empezar o terminar– mengua los recursos propios; le convence a la gente de que ha perdido parte del poder que tenía para saber lo que estaba haciendo. La pérdida de poder del ego individual es una de las condiciones bien sabidas para generar ansiedad, y la ansiedad provoca más estrés. Y el estrés adicional confirma la pérdida de control del proyecto en el que se está inmerso. Las decisiones adoptadas en ese contorno serán menos atinadas, no más atinadas.

Nunca me asaltaron muchas dudas en torno a la previsible victoria de Barack Obama cuando competía por la Presidencia de Estados Unidos. En la historia de la evolución está mil veces demostrado que en épocas de crisis la manada elige líderes jóvenes que puedan atravesar ríos y montañas. En épocas de sosiego se torna la mirada hacia la edad en busca de la fuente de sabiduría; en épocas de crisis, no obstante, los jóvenes tienen el corazón a toda prueba; el objetivo fijado suele prevalecer sobre los elevados niveles de incertidumbre y rara vez se tiene la impresión de que se ha perdido el control de la situación.

Los lectores de este blog disfrutarán, pues, del privilegio de saber las decisiones que tomarán los demás y ellos mismos en estos tiempos de crisis. Siempre y cuando, claro está, sigan empeñados en formar parte del promedio, no se les ocurra irse por las ramas o comportarse como un átomo singular e impredecible.

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