HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA
El nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho que se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia»[1].
El Señor Jesús "ha venido", es decir, se encarnó y nació de María Virgen por obra del Espíritu Santo, para esto: para reconciliar al hombre, a todo hombre y al hombre entero, y devolverle así la vida perdida a causa del pecado[2]. En efecto, el Verbo por su encarnación y nacimiento se hizo Dios con nosotros, Dios que viene al encuentro de su creatura humana para salvarla y liberarla del poder de la muerte. Él es el Hijo del Padre eterno que sin dejar de ser Dios se hizo hombre, en todo igual a nosotros menos en el pecado, para que tengamos vida. Más aún, Él es quien se "abajó" no sólo para devolvernos la vida, sino para elevar nuestra vida humana hasta la máxima plenitud posible, por la participación en la comunión y vida divina.
LLAMADOS A LA VIDA
La vida es el don primero que hemos recibido de Dios, don por el cual nos ha llamado de la no existencia a la existencia humana en este mundo. ¡Don maravilloso y extraordinario, realidad "sagrada" que ha sido confiada a nuestra responsabilidad y, por tanto, a nuestra custodia amorosa, a nuestra "veneración"[3].
El valor enorme que esta vida posee a los ojos del Creador queda de manifiesto en el hecho de que, luego del rechazo del hombre[4], Él no ha querido nuestra muerte sino nuestra conversión y vida en su dimensión completa. ¡Y a tal extremo ha mostrado ser valiosa para Él la vida del hombre que Él mismo, haciéndose hombre, pagó por nuestro rescate un precio de Sangre en la Cruz! ¡Su vida por la nuestra! En su Hijo amado Dios nos ha regalado nuevamente la vida perdida por nuestro pecado, y su anhelo es que esta vida en nosotros llegue a su plenitud.
EL ANHELO DEL HOMBRE: UNA VIDA PLENA
¿Quién de nosotros no anhela una vida plena, plenamente feliz? ¿No es ese el reclamo constante que brota de lo profundo de nuestros corazones? ¿No es ese el anhelo que nos impulsa continuamente a buscar las fuentes de un gozo y alegría inagotable?[5]
Todo ser humano aspira a la plenitud de vida sencillamente porque a eso está llamado, porque a eso se orienta todo su ser. Sabe bien que tal plenitud y felicidad no es algo ya dado, sino algo que debe buscar y conquistar en los días que le tocan vivir en este mundo. Lo cierto es que todos estamos continuamente en búsqueda de una vida plena, plena de gozo y felicidad: ella es para nosotros como una exigencia profunda, una "necesidad vital".
Pero, ¿de dónde viene este anhelo? Dios, autor de nuestra vida, nos ha creado para que participemos de su misma vida y felicidad infinitas. Él ha puesto ese sello en nosotros para que lo busquemos[6]. Es la razón por la que experimentamos ese impulso interior, esa "sed de infinito" que nada puede apagar, esa necesidad de plenitud y felicidad.
LLAMADOS A LA VIDA PLENAPOR EL DESPLIEGUE
Cuando con San Ireneo afirmamos que la gloria de Dios es la vida del hombre[7], no nos referimos solamente a la vida entendida como un mero latir del corazón, porque una vida así puede llegar a ser muy miserable, un sobrevivir más que un vivir. La vida del hombre que es la gloria de Dios es la vida entendida como un total despliegue del ser, el hombre que por la fe, amando y sirviendo, se realiza como persona humana plena en la medida en que todo esto le es dado en este peregrinar terreno, según el divino designio.
Signo de un recto despliegue es la fecundidad, la capacidad de producir nueva vida, de transmitir la vida que por don se posee, y por ello ha dicho el Señor: «La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto»[8]. En efecto, el hombre es fecundo y da fruto de vida mediante el recto despliegue de su ser, siguiendo la dirección en que señalan los dinamismos fundamentales inscritos e impresos por Dios en lo hondo de su mismidad. Así como un grano de trigo "da gloria" a quien lo creó desplegando la vida que en sí llevaba oculta hasta alcanzar la plena fecundidad, así también el ser humano podrá dar fruto abundante de vida y santidad gracias al despliegue total de su ser, elevando con ello un continuo canto de alabanza y gloria a Aquél que lo ha creado.
Ahora bien, la "vida del hombre" en realidad sólo puede desplegarse plenamente permaneciendo en una relación vital con el Señor Jesús, quien es la Vida misma y quien es la fuente de vida de todo hombre[9]. El cristiano, incorporado a Cristo por el Bautismo y en la medida en que coopera con el don del amor derramado en su corazón y se abre al dinamismo de la gracia vivificante, está llamado a dar gloria al Padre realizándose él mismo, alcanzando por el amor su propia plenitud en una humanidad plena. Es tras los pasos del Señor Jesús, en la escuela de María, que aprendemos también que este crecimiento en la vida por el despliegue se da en la pedagogía de la alegría-dolor[10].
LLAMADOS A LA VIDA PLENAPOR LA PARTICIPACIÓN EN LA VIDA DIVINA
Dios llama sin embargo a todo hombre a «una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena»[11], plenitud que «consiste en la participación de la vida misma de Dios»[12].
En efecto, cuando el Señor Jesús afirma que ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia, se refiere finalmente «a aquella vida "nueva" y "eterna", que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador»[13]. Con estas palabras el Señor Jesús «abre ante el hombre la perspectiva de la vida divina»[14] y sostiene la aspiración del hombre a la completa realización de sí, ya aquí en cuanto le es dado, y finalmente en la eternidad.
Esta vocación sobrenatural a la vida plena manifiesta, a su vez, la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su período temporal. La vida en el tiempo es «condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana»[15]. Ya aquí el hombre por el Bautismo participa de la vida divina, y está llamado a ir desplegando esa vida mediante la progresiva conformación con el Señor Jesús, hasta alcanzar la verdadera plenitud de vida en la eterna participación de la comunión divina de Amor.
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