domingo, 8 de mayo de 2011

Las Cartas de Mario Conde y Luis Valls Taberner

Y no fue fácil. Demasiadas inquietudes interiores, dudas, miedos, preocupaciones,el deseo de no defraudar, ni a su familia ni a mí, ni a nadie, el deseo de encontrarse a sí mismo, el sentirse a gusto con ese «sí mismo» del que habla Aurobindo. En fin, un cúmulo de circunstancias que ha convertido estos años en un terreno experimental de alta calidad humana y, como digo e insisto, espiritual. Seguro que mucho de ello se percibe en las cartas que recoge este libro.

No me causa miedo ni preocupación la intimidad de ciertos relatos. Son cartas reales, que existieron, que nacieron a la vida en un momento dado, que traducen y reflejan a los personajes que en ellas vivían. El tiempo permanece inamovible, porque es eterno. Nosotros circulamos sobre su superficie, porque no lo somos. Somos nuestros valores, pero también nuestras emociones, y con todo y ello nuestros escritos, y nuestras cartas de modo especial, son hijos del momento, como lo somos nosotros, porque sólo el presente es real.

Luis ha sentido una enorme preocupación por este libro que ahora tiene el lector en sus manos. No he visto tanto cariño desplegado sobre una obra en toda mi vida. Diría casi que resultaba un punto obsesivo. Es tanta la historia, las emociones, las vivencias que se contienen en esos documentos, que las trataba de manera lo más delicada posible, línea a línea, renglón a renglón, página a página, capítulo a capítulo. Lo ha trabajado con un denuedo brutal y un cariño emocionante.

Hoy Luis vive en su mundo asentado. Pero nunca dejará de ser un hombre preñado de inquietudes. Gracias a Dios. Porque quienes sentimos las inquietudes por nuestros adentros, quienes nos ocupamos de esa magnífica trilogía existencial de quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, sabemos que el camino es caminar y conocer es experimentar. La verdad es una experiencia. Por eso la palabra no es la cosa.

Y concluyo: si algo evidencia la trayectoria de Luis, en general y conmigo en particular, es la prueba de uno de mis asertos favoritos. Siempre he dicho que demasiadas relaciones humanas, en esta fase de nuestra civilización occidental, se tejen con los hilos del interés. Y lo que con interés se ata, con interés opuesto se desata. Nada es estable en el reino de la conveniencia. Lo conveniente no es sólo el cáncer del derecho, de la justicia, de la seguridad jurídica, sino de la civilización en su conjunto.

Sin embargo, cuando se habla el lenguaje del corazón, cuando con los hilos del corazón se teje, la dignidad toma forma de cuerpo real y sólo el corazón es capaz de afectarla. Conviene saberlo, pero más conviene practicarlo. Conductas, eso es lo importante, conductas y no palabras.
No recuerdo bien en qué año sucedió, ni creo que el dato resulte relevante. Lo cierto es que aquel muchacho que apareció por mi casa de Triana 63, en Madrid, vestido de verano, con bermudas al uso y color de piel acorde con la época, a quien el conductor de un coche negro, creo que un Mercedes, acababa de dejar en la puerta de mi domicilio, no tendría más allá de catorce o quince años, a pesar de su envergadura física, potente, recia, diría que esforzada en permanecer erguido, como si en ello le fuera un modo de evidenciar confianza en sí mismo.

El encuentro había sido programado de modo directo con su madre, Cristina, con quien coincidí en alguna ocasión con motivo de eventos sociales propios de aquellos años dorados de la banca en los que éramos siete grandes bancos. Hoy quedan tres y, curiosamente, el Popular, del que Cristina era copresidenta por razón de su matrimonio con JavierValls, que junto con su hermano Luis comandaban el más pequeño de aquellos «siete», sigue caminando en solitario, como ejecutando al pie de la letra la sinfonía diseñada por aquel enigmático banquero que fue Luis Valls-Taberner.

El joven Luis traspasaba la puerta de mi casa sin mostrar aparentemente síntomas de nerviosismo, lo que sería de esperar vista la fuerza y potencia mediática que me rodeaba, y si me apuran casi hasta de agradecer, porque un poco de inquietud en quien te visita transmite sensación de poderío en el visitado. Se agradece esa sensación de agitación interior de quien llega a verte. ¿Ego? Sí, claro, pero la vacuna que te convierte en absolutamente inmune al ego se encuentra todavía en fase de estudio, no sé si por la humanidad o por la divinidad, pero lo cierto es que no hay establecimiento que la despache, a ningún precio.

De Luis, me refiero de ahora en adelante y salvo aclaración expresa a Luis Valls-Taberner, sobrino de Luis e hijo de Javier, conocía más bien poco. Unas palabras cariñosas de su madre en un encuentro breve en el AVE Sevilla-Madrid, que necesariamente tienes que deflactar por aquello del amor maternal que dicen ser ciego, era casi todo mi almacén de conocimientos. Sabía de buena tinta, entre otros por hijos de amigos míos conocidos de Luis, que me profesaba una admiración incondicional, hasta tal punto que ni siquiera las invectivas, descalificaciones, insultos y ofensas que me dedicaron muchos con un celo digno de admiración por lo perseverante, insistente e incesante, consiguieron minar su ánimo.

Me lo imaginaba dominado por una intuición poderosa, porque a su edad, por mucho que provenga, como proviene, de una familia de banqueros, y no una cualquiera sino la de Valls-Taberner, por mucho que un pariente muy directo suyo se hubiera sentado en su día en el consejo de administración de Banesto, del que yo fui presidente, por mucho que en su casa el aire respirable contuviera trazas invisibles de activos totales medios, intereses, comisiones, créditos y demás parafernalia propia de esas casas de préstamo hoy tan denostadas, por mucho que todo eso fuera cierto, a su edad no podía saber nada de mi peripecia real más que por eso que llaman intuición. Obvio que no podía disponer de datos precisos con los que construir un edificio en el que albergar impoluto el afecto o la admiración. Luis navegaba de oído. Y parece que desde un tiempo a esta parte los hechos le demuestran cumplidamente que de ese tipo de aparato auditivo espiritual no andaba mal del todo...
Pero, como digo, me di cuenta de que en aquel muchacho, detrás de su poderosa envergadura física—ya casi había terminado de crecer y sobrepasaba claramente el metro ochenta—, se escondía algo tan profundo y serio como una inquietud. Y no concentrada en un punto concreto. No un mero deseo de conocer, por atractivo que pudiera parecer, secretos relacionados con el mundo de las finanzas. Ni de la política. Ni, hasta si me apuran, de posibles secretos escondidos en tarros de hierro referidos a los quehaceres político-bancarios de su tío Luis, de quien se cuentan leyendas que siempre atraen a curiosos de esos costados de la historia.

No. Percibí que Luis estaba dominado por una inquietud sobre sí mismo, sobre su papel en la vida, sobre su destino, sobre algo tan difuso en aquellos días como preguntarse ¿qué hacemos aquí, en la tierra, en esta encarnadura vital? Seguramente los interrogantes no se encontraban formulados entonces con semejante dureza, con tanta precisión, con perfiles tan concretos, pero algo de eso latía en aquella mirada que rezumaba curiosidad. Admiración también, desde luego, y hasta me atrevo a decir que comenzaba a transitar hacia un afecto derivado del primer contacto físico.

Y no sé bien por qué pero tuve la sensación de que en adelante tendría que ocuparme de que mi experiencia sirviera para que Luis dispusiera de un acervo que le ayudara en ese terrible sendero de encontrarte a ti mismo. Ni más ni menos que eso. Poco a poco se iría dando cuenta de que el sendero del espíritu consiste, radica, vive y habita en el encuentro con uno mismo, ese «uno mismo» que fija su residencia en lugares recónditos de nuestro interior. Ese «uno mismo» al que muchos apelan pero pocos son capaces de encontrar, en ocasiones por vértigo, en otras por miedo, y en muchas, demasiadas, porque se ven asolados por el peor de los enemigos del camino espiritual: la inconstancia que denuncia con lucidez el Maestro Eckhart, uno de los tres místicos cristianos más cautivadores de nuestra historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario